A Lars von Trier le gusta estar en el punto de mira, pero también situarnos a nosotros en el objetivo. Como espectadores no vamos a encontrar adulación en su cine, el método de Trier opta más por la patada en los huevos, por la ofensa abierta y a discreción, por reírse en nuestra cara y echar sal en la llaga. Si con Nymphomaniac recopilaba todo tipo de escenas de sexo explícito, con penetraciones y felaciones en primer plano y una visión decadente de la intimidad, con La Casa de Jack (The house that Jack built) se atreve a repetir la jugada en el terreno de la violencia y el gore; pero mientras que con la cinta anterior erró el tiro, aquí da en el centro de la diana (ganador de los galardones de mejor actor y mejor guion en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Canarias Isla Calavera).

No estamos en el terreno de la pornotortura, tan en boga en el cine francés de principios del 2000. No renuncia al gore, pero Trier no quiere insensibilizar al espectador saturándolo con imágenes de casquería. Él prefiere crear situaciones tensas, desagradables, amoralmente vomitivas. Se recrea en aquellos elementos que pueden ser más hirientes para nuestra sociedad (la violencia hacia la mujer, hacia los niños) y lo hace además con un formato de comedia negra, obligándonos no sólo a mirar, sino a reírnos de lo que sucede en pantalla. Todo esto acompañado además por una fría y cínica reflexión sobre la naturaleza del arte.

Seguramente, La Casa de Jack no sea una película adecuada para usted, y es una pena, porque se trata, sin duda, de una de las mejores películas del danés y una de las mejores interpretaciones de la carrera de Matt Dillon.

Cartel de 'La casa de Jack'. Golem
Cartel de ‘La casa de Jack’. Golem