Crítica: «El manjar inmundo» de Javier Quevedo Puchal

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Autor: Javier Quevedo Puchal
Formato: 15*21
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 978-84-16307-00-5
PVP: 18 euros
Páginas: 292 páginas
Editorial: Punto en Boca

Conozco la prosa de Javier Quevedo Puchal al dedillo, no obstante, reconozco que cuando llevo un tiempo sin acercarme a ella, me doy cuenta de que siempre olvido precisamente las dimensiones de ese placer que termina proporcionándome. Y es que siempre sucede lo mismo: con Javier Quevedo Puchal, siempre sucede. Aun cuando sé que aquello que venga a contarme me empujará fácilmente a la peor visión del ser humano, que sea lo que sea lo que tenga entre manos, no se limitará únicamente a desarrollar esa vertiente aparente y facilona del terror, aun así, sigue impresionándome. Incluso después de haber leído su modesta presentación, dándome a entender que aquí, en El manjar Inmundo, él es uno más ofreciéndonos de la mejor manera posible sus nuevas reinterpretaciones de “ciertos cuentos de hadas”, aun así, aunque casi me engañó, insisto, ha seguido impresionándome.

Eso sí, a pesar de tanto conocimiento sobre el trabajo de este autor, y de tanto bla, bla, bla rimbombante sobre lo bien que lo hace, reconozco que tampoco pensé que fuera a emocionarme como lo he hecho, a engancharme, literalmente, a un volumen que, por otra parte, es de lo más curioso: El manjar inmundo, por si no lo habíais pillado, es una antología de cuentos clásicos pero dados totalmente la vuelta. ¿Qué quiere decir esto? Pues que el autor se acerca a clásicos que todos conocemos, pero solo se acerca: toma prestados algunos ingredientes imprescindibles de cada cuento, os lo aseguro, los absolutamente imprescindibles, y con ellos construye un nuevo clásico que hace palidecer a los anteriormente conocidos. Jamás pensé que una empresa tan, aparentemente, poco imaginativa, pudiera dejarme así de traspuesta. Y es que además de la extraña re-visitación de estos nuevos clásicos, El manjar inmundo siempre nos habla de víctimas y de verdugos; de almas atormentadas y de cerebros convertidos en auténticos desechos, de bestias ya más que populares en nuestro acervo… qué sé yo… habla de tantas cosas que todos conocemos, pero dadas una y mil vueltas y revueltas a través de la oscuridad más extrema, del terror más puro pero también de una belleza tan exquisita, que no sé muy bien cómo seguir describiéndolo sin entrar en detalles. Me resulta imposible hacerlo más y mejor.

Y ahora, si me dieran a elegir de entre toda esta locura imaginativa, de entre todos los mitos que derrumba a golpe de otras leyendas que yo, personalmente, no había oído (me refiero a las leyendas oscuras que ya circundaban anteriormente a los clásicos), no sabría muy bien con cuál quedarme. Reconozco que todos sus cuentos me han resultado absolutamente deliciosos; maliciosamente imaginativos, pasados grotesca e inteligentemente de rosca. Y es que aunque persigamos los retorcidos pasos de cierto flautista (quizá sí, este sea el relato menos afortunado), compartamos caperuzas, suspiremos por ciertas féminas dormidas, y un largo etcétera, sea como fuere no dejaremos de sufrir con todos ellos, porque ni abuelos, ni padres, ni hijos, descansan: nadie es lo suficiente puro o inocente, o tal vez, en todo caso, únicamente lo sea el lector.

Por último, para terminar de describir someramente toda esta redondez que es El manjar inmundo, darle un sonoro e imaginativo aplauso a esa excelente y divertida presentación de otros dos grandes del género: Santiago Eximeno y David Jasso, con bromita personal incluida. ¡Gracias! A los tres, gracias.