Con el cine de terror pasa como con el picante en los restaurantes. Para satisfacer el paladar de la mayoría, se rebaja la intensidad a un nivel aceptable para comensales menos experimentados. El problema es que, para aquellos a los que les gusta el picante, el resultado es insatisfactorio o directamente no son capaces de percibir el sabor. Con el cine mainstream hay un pavor a superar esa franja de aceptación de lo que se puede mostrar, cómo y con qué intensidad.

Es por esto (entre otras razones) que los amantes del terror suelen derivar más hacia producciones independientes, de cinematografías menos globalizadas o restringidas a circuitos muy especializados, como los festivales. Afortunadamente, algunas de estas propuestas, gracias al impacto que provocan en sus círculos específicos, logran saltar al contexto comercial e incluso trasgredir los límites de aceptación de su público no objetivo.

'Cuando acecha la maldad', de Demián Rugna. Selectavisión
‘Cuando acecha la maldad’, de Demián Rugna. Selectavisión

DEL TERROR A LA MALDAD

Demián Rugna, director argentino de creciente trayectoria, se dio a conocer en el ámbito internacional con su tercer largometraje en solitario, Aterrados, que, con pocos medios y escaso presupuesto, logró hacer honor a su título y sorprender a espectadores avezados con algunas escenas de alto calado a la hora de sazonar el terror. Su siguiente largometraje ha tardado seis años en llegar. En medio participó con uno de los segmentos de Satanic Hispanics (película que, al igual que Aterrados, pudimos ver en Tenerife gracias al Festival de Cine Fantástico de Canarias Ciudad de La Laguna Isla Calavera).

Cuando Acecha la Maldad se puede vanagloriar de ser una película de terror pura, aunque también acepte lecturas de thriller o incluso de western. Rugna se adentra en el terreno de la superchería dentro de una pequeña zona rural en Buenos Aires; aunque no recogiendo ninguna tradición existente, sino generando su propia mitología, a medio camino de la posesión demoníaca y la zombificación.

SIN COMPASIÓN

Otro elemento que se suele dulcificar en el cine de terror son las víctimas potenciales de lo sobrenatural, sobre todo en lo que se refiere a personajes infantiles. En Aterrados, Rugna ya había dejado claro que no le hacía ascos a escenificar violencia o recrearse en cadáveres infantiles, es más, precisamente por este tabú, resultaba un terror más chocante y directo hacia el espectador. En Cuando Acecha la Maldad, hay varios momentos de gran impacto al respecto. Ahí el cineasta se muestra implacable, seco y contundente. Recreándose incluso con las expectativas del espectador acerca de si será capaz de acometer lo que la narrativa parece anticipar.

DE MÁS A MENOS

Aunque la trama es sencilla, Rugna se las apaña para encadenar secuencia tras secuencia de gran intensidad. Aquí hay que celebrar el inquebrantable ritmo de la primera media hora de película, donde el espectador se ve sacudido de una secuencia a otra, sin capacidad de recuperar el aliento y con una contundencia inexorable. Esto, que es lo más positivo de la cinta, se convierte también en su talón de Aquiles. Si bien el resto de la cinta mantiene los parámetros de su director y no hace concesiones en lo referente al terror, sí rompe con el ritmo inicial y se atenúa la intensidad de la narración.

LA PUNGENCIA DEL TERROR

Pese a esto, esos dos últimos tercios de la película siguen siendo de alto calibre, gozosos e impactantes, permitiendo a la película coronarse como ese festín aterrador que prometía y siempre manteniendo una gradación alta en la escala Scoville del terror. Con Cuando Acecha la Maldad, Demián Rugna certifica las promesas como nuevo maestro del terror que avanzaba Aterrados y nos regala una cinta con ingredientes de culto.

Póster de 'Cuando acecha la maldad', de Demián Rugna.
Póster de ‘Cuando acecha la maldad’, de Demián Rugna.