En Onward, su nueva película, Pixar presenta un mundo de fantasía, heredero de los universos tolkianos, pero que con el paso del tiempo se ha ido civilizado, domesticado y, por extensión, ha perdido la magia que lo hacía especial. En ese contexto suburbano, la historia apuesta por una mirada al pasado para intentar rescatar parte de aquella magia y, de paso, construir también una historia sobre la familia (o distintos modelos de familia) y el legado de los que ya no están con nosotros.

Como es habitual en Pixar, el resultado es técnicamente brillante. La construcción animada de ese universo, el mimo con el que cada aspecto ha sido cuidado, un guion emotivo, repleto de humor y apto para niños y adultos, todo, funciona como un reloj, hasta tal punto que también resulta mecánico, artificial. Al igual que los personajes de su historia, da la impresión de que Pixar también se ha domesticado. Nada está fuera de lugar, pero se echa en falta la magia que hacía sus películas tan maravillosas.

Es verdad que ésta es la segunda película de su director, Dan Scanlon, quien previamente había dirigido Monstruos University, que no pasa por ser precisamente de las mejores películas del estudio. Sin embargo, pese a su corrección, pese a ser una cinta entretenida y bien construida, uno no puede evitar recordar aquella época, como la que abarca Buscando a Nemo, Los Increíbles, Ratatouille, Wall-e, Up o Toy Story 3, en la que las películas de Pixar no eran simplemente buenas, eran especiales.