De todas las películas dirigidas por el irrepetible Alfred Hitchcock es público y notorio que suela omitirse la que considero su mejor propuesta de género, amén de la más terrorífica y desasosegante de cuantas realizó a lo largo de su carrera. Dicha propuesta lleva por título The Birds (Los pájaros), y se estrenó en el 28 de marzo del año 1963, en la ciudad de Nueva York.

The Birds, protagonizada por Tippi Hedren (Melanie Daniels); Suzanne Pleshette (Annie Hayworth) y Rod Taylor (Mitch Brenner) en sus principales papeles lleva el concepto desarrollado por George Orwell en su novela Animal Farm. A fairy Story (Harvill Secker, 1945) conocida en España como Rebelión en la granja. Si en la novela del escritor británico, toda una sátira mordaz contra los totalitarismos, la historia se desarrolla alrededor de un grupo de animales que expulsa de una granja a los humanos que los tienen esclavizados para, luego, formar una sociedad más igualitaria -la excusa ideológica blandida por los soviet contra la tiranía zarista, aunque después, la dictadura del proletariado se volvía más cruel, si cabe, que la instrumentalizada, durante siglos, por la dinastía de los Romanov- en la película de Alfred Hitchcock las cosas se llevan al extremo.

En la película -basada en una historia de la escritora británica Daphne Du Maurier, autora, a su vez, de la novela Rebeca, que también llevó a la pantalla, en 1940, el realizador británico, adaptada a la gran pantalla por Evan Hunter– los pájaros comienzan su hostigamiento contra los seres humanos sin un suceso previo que lo pueda explicar. Su misma temática y puesta en escena, la emparenta con uno de los grandes clásicos del cine de terror contemporáneo, Night of the living dead (George Romero, 1968) aunque Hitchcock prefiera las aves a los putrefactos cadáveres que pululan por la película del director americano.

De todas las similitudes entre ambas, la más obvia es la sinrazón y el misterio que rodea ambos sucesos. En ninguno de los dos casos se sabe la razón de los ataques, ya sean aquellos que protagonizan los pájaros o los muertos que vuelven a la vida. Tanto los unos como los otros atacan en grupo, sobre todo los pájaros, y su voracidad y palpable sadismo transforma a los seres humanos en presas, en vez de en su habitual papel de depredador.

Los pájaros y los zombis son merodeadores implacables que esperan el momento idóneo para obtener aquello que andan buscando, nuestra carne, sin darnos tiempo a reaccionar.
Es más, los pájaros de Alfred Hitchcock no vacilan en atacar a los niños de la escuela de Bodega Bay, la localidad costera en la que se desarrolla la película, conocedores de que los infantes son presas más fáciles de atacar y doblegar que los adultos. Sus tácticas también son más elaboradas que las que demuestran los zombis, seres mucho menos organizados y más lentos que los veloces y mortíferos pájaros.

En cuanto al comportamiento de las víctimas, los seres humanos, éstos se comportan de igual manera en ambas películas. En las dos, los personajes acaban atrapados en un pequeño espacio, tras cuyas paredes se parapetan para tratar de sobrevivir al ataque exterior. Mitch Brenner (Rod Taylor), el abogado protagonista de la película de Hitchcock, al igual que luego hará Ben (Duane Jones) en la película de Romero, cerrarán puertas y ventanas, usando cualquier elemento de la casa que les pueda servir. Los dos saben que aquel espacio puede suponer la diferencia entre vivir o morir, y no dudarán en defenderlo a cualquier precio.

En el primero de los casos, los pájaros lograrán entrar en la casa familiar de Brenner, causando tanto heridas físicas como mentales a la protagonista femenina, Melanie Daniels (Tippi Hedren). En la película de Romero, las paredes lograrán soportar los embates de la horda zombi, aunque no evitarán la sinrazón humana cuando a ésta no se le pone coto.
Una vez que Mitch y el resto de supervivientes logran salir de la casa, su destino se presenta igual de incierto que aquel que acompaña, por ejemplo, a los supervivientes de Dawn of the dead o Day of the dead. ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué nos espera después? ¿Estaremos a salvo?

En este sentido, cabe decir que las palabras pronunciadas por Carol Malone (Meg Tilly), personaje que aparece en la película Body Snatcher (Abel Ferrara. 1993) -tercera adaptación cinematográfica de la novela de Jack Finney– bien pudieran servir de resumen de la peripecia vital que soportan los personajes de la película de Alfred Hitchcock “¿A dónde vas a ir, hacia dónde vas a correr? ¿Dónde te vas a esconder?
Todas estas preguntas, y alguna que otra más, son las debían rondar por la cabeza de los protagonistas de la historia gráfica Animosity, escrita por Marguerite Bennett y dibujada por Rafael de Latorre y Joe Doe, para el sello editorial Aftershock.

En esencia, la idea desarrollada por la guionista americana, bregada en series tales como Angela, Batgirl, DC Comic´s Bombshells e InSeXts, viene a ser la misma que las de las películas anteriormente citadas; es decir, un día, los animales empiezan, mayoritariamente, a vengarse de los seres humanos -antes han empezado a pensar y a hablar. Y si con los pájaros como antagonistas nuestra especie no tenía ninguna oportunidad, imaginen qué pasará una vez que todas las especies animales que habitan en el planeta Tierra se vuelvan en contra nuestra.

En realidad, no sólo se vengan de los humanos que los han esclavizado, asesinado o diezmado por deporte, sino que, entre los distintos integrantes de una especie y/o entre distintas razas, comienzan las purgas, los ajustes de cuentas y las matanzas que buscan lograr una parcela de poder. Esto desembocará en la creación de una suerte de ejército compuesto por animales o Animilitary, concepto acuñado desde la tercera entrega.
Todo esto, por otra parte, no deja de ser un claro y fiel reflejo de lo escrito por George Orwell, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, en la ya mencionada Rebelión en la granja, aunque sus ideas son llevadas, como la misma película de Alfred Hitchcock un paso más allá. En cuanto al apartado gráfico, destacan las primeras páginas de la primera entrega en donde, repitiendo un esquema de seis viñetas por página -esquema que se repite hasta tres veces consecutivas, aunque la acción que se describe va variando- Rafael de Latorre desarrolla el nuevo cambio de papeles al que nuestra sociedad deberá enfrentarse. Si la simplicidad es una virtud en si misma, en este caso lo es por los méritos demostrados por el equipo creativo.

Lo que diferencia el discurso de la guionista frente al desarrollo argumental de la película de Alfred Hitchcock es que no todos los animales quieren ver a los seres humanos muertos. Hay excepciones y, una de ellas, es la que mantienen Jesse Hernández y su fiel amigo Sandor, un enorme San Humberto (Bloodhound, en inglés) que no dudará en interponerse entre las garras, los picos y los colmillos de quienes pretendan dañar a su pequeña compañera de aventuras.

Su relación, leal y sincera entre ambos, servirá para que veamos -a imagen y semejanza de las películas escritas y dirigidas por el patriarca zombi, George A. Romero– cómo la humanidad será incapaz de trabajar en conjunto para hacer frente una situación tan drástica y dramática como ésta. Los radicales actos de los seguidores de los derechos de los seres humanos frente al resto de las especies del mundo animal suenan igual de huecos y vacuos que las soflamas que vomitan muchos de los protagonistas de dichas películas, en donde los zombis son mucho menos peligrosos que los seres humanos.

Además, Sandor hará de interprete, en su afán por preservar la vida de Jesse, en cuanto a las distintas actitudes que poseen los nuevos dueños del planeta. En realidad, los seres humanos nunca hemos sido los dueños de nada, sino una plaga que está a punto de acabar con la sostenibilidad del planeta Tierra, tal y como lo conocemos. Personaje como Mimico, al cargo de una fortaleza del recién creado ejército animal, nos servirán para que conozcamos cómo funcionan las cosas en este nuevo tablero de juego, siguiendo un guión que asemeja el tercer número de la colección como una suerte de apéndice del libro de George Orwell, incluso en la hostilidad que el lobo que regenta aquel fortín termina por desplegar contra los seres humanos que tiene retenidos.

Todo esto, sumando a su falta de empatía terminará por desatar una -otra- rebelión animal, la cual demuestra que animales tanto racionales como irracionales, según códigos que se manejan en nuestra sociedad, pecan de los mismos excesos y de las mismas carencias.

Una vez que acaba la cuarta entrega -la cual forma parte del primero los tomos recopilados publicados por la editorial- toca volver al camino, al igual que los personajes protagonistas de la serie gráfica The Walking Dead, inmersos en un mundo lleno de zombis, porque “los muertos vivientes” son ellos mismos.

El tomo termina con el primero número especial publicado por la editorial un one-shot titulado The Rise, de los tres que se publicaron durante el año 2017. En este primer especial se narra los avatares de Adam North, un veterinario que se encuentra bajo la protección de un misterioso personaje animal llamado Winter Mute. North, junto a otros colegas de profesión, trabajan para lograr que entre los animales llamados “salvajes” y los animales llamados “racionales” se llegue a fraguar un entendimiento que ayuda a una mejor convivencia entre todos.

Sobra decir que, si en todos estos siglos de sociedades e imperios, de todo tipo y condición, no se ha logrado que el ser humano deje atrás sus carencias y se ponga a trabajar por el bien común, lo que pretende lograr Winter Mute suena utópico por no decir, directamente, fútil. No obstante, la guionista sabe cómo desenvolverse en este tipo de situaciones y, aunque el dibujo varía de entre un dibujante, Rafael de Latorre y otro, Juan Doe, lo cierto es que el resultado no se resiente en absoluto.

Animosity es una de esas series -lleva ya publicados doce números, más cuatro especiales y un libro para colorear, Animosity Coloring Book– que, sin estar dentro de un sello editorial de renombre, sí que ha logrado hacerse un hueco en el panorama gráfico, junto con otros títulos publicados por Aftershock.

Su historia está bien contada, sin dejar cabos sueltos, salvo los necesarios para luego poder seguir desarrollando alguna que otra sub-trama y el dibujo no se le queda a la zaga. Su misma presentación, en especial las portadas de Rafael de Latorre y Marcelo Maiolo, Kelsey Shannon y Tony Harris, demuestran que una buena historia como ésta, no necesita de un sello editorial distinguido, ni ingenioso, ni tan siquiera transgresor. Lo único que necesita es un equipo capaz de lograr que, cuando terminemos el número que estamos leyendo, queramos leer el siguiente. Animosity es de esas series gráficas que lo logra y de qué manera.