Veronica Cartwright es natural de Bristol, Gran Bretaña. Con su familia emigró, primero a Canadá, luego a Estados Unidos, afincándose en California. Allí, la niña ya tuvo una especie de institutriz con quien podía ensayar líneas de grandes obras teatrales de la historia. El esposo de ésta llevaba parte musical de algunos compases recitados por una niña despierta y ávida por actuar.
Primera etapa con los grandes clásicos
En su infancia, debutó en la gran pantalla en papeles secundarios en filmes dirigidos por grandes realizadores clásicos. Amor y guerra (In Love And War, EE. UU. 1958) fue protagonizada por Robert Wagner, Bradford Dillman, Jeffrey Hunter y Hope Lange y dirigida por el habitualmente guionista Phillip Dunne. La niña compartió encuadre igualmente junto a Henry Fonda y Maureen O’Hara a las órdenes de Delmer Daves en Fiebre en la sangre (Spencer’s Mountain, EE. UU. 1963).
A las órdenes del realizador William Wyler, a la joven actriz le correspondía expandir una difamación que afectaba a los personajes de las dos profesoras interpretadas por Audrey Hepburn y Shirley McLaine en La calumnia (The Children’s Hour, EE. UU. 1961). Ambas sufrían lo que hoy podría denominarse una especie de “cancelación”, derivada de la difusión de una patraña en un opresivo entorno. Hablamos del marco de un asfixiante internado femenino que sirve de escuela y residencia, ubicado en una indeterminada y reducida población del Estados Unidos más profundo y conservador.
La actriz recordaba en el Festival de Cine Fantástico de Canarias Ciudad de La Laguna Isla Calavera como su padre tuvo que hablar con ella acerca de las especiales circunstancias de decir y expandir una mentira que hiciese tanto daño. De esta manera la joven pasaría por un necesario proceso, el de la preparación emocional que le permitiría encarar el manipulador personaje que la joven tenía entre manos.

Un disparo en el casting
La niña tuvo una entrevista para el casting de ese filme en una época en la que dichas pruebas se filmaban en celuloide, en blanco y negro y en un plató de cine, a veces con algunas de las estrellas ya contratadas. Mientras ella recitaba su parte del texto, sonó un disparo. Su actitud concentrada, ante ese momento de distracción, fue el elemento esencial por el que consiguió el papel. La niña integró perfectamente sus frases con la desconcertante circunstancia sonora sin distraerse. La joven pensó muy rápido. En su cabeza simplemente asumió que la historia para la que se le hacía la prueba podía estar integrada en un contexto de la segunda guerra mundial o algo así, y que esa podía ser la razón para la detonación. La niña de Bristol marcó, en definitiva, la diferencia, pues otras jóvenes actrices sí que se distrajeron, dejaron de recitar, miraban en todas direcciones, perdiendo su oportunidad.
En el plató de Hitchcock
Alfred Hitchcock vio la película de William Wyler y quiso a la niña para que apareciese en el filme de 1963 junto a Tippi Hedren, Rod Taylor y Jessica Tandy. La señora Cartwright habló maravillas sobre el cineasta británico. No fue para ella nada intimidante la presencia del controlador cineasta, maestro del suspense. Siempre sintió que le podía preguntar sobre cualquier cosa, destacando que se le permitía siempre expresar su punto de vista. En ese plató, Cartwright celebró su 12º cumpleaños. Recordó haber tenido una conversación con el realizador sobre vinos. Curioso tema de charla entre un señor de 64 años y una niña de 12. El tema surgió porque, al ser ella de Bristol, daba la casualidad de que el cineasta poseía una bodega privada en esa localidad.

En un momento de la filmación, la niña estaba presente en los preparativos de la secuencia del ataque de los pájaros. Se estaban integrando algunas aves reales con otras ficticios. La joven, de curiosidad desbordante, le preguntó al realizador si no se iba a notar los que eran de mentira. El realizador le dijo a la niña: “Si tu ojo detecta movimiento, no sabrás que pájaros están vivos y cuáles no”. Es “La magia del cine”, recordó. En una asociación de ideas, la Señora Cartwright conectó dos de sus experiencias más emblemáticas.
La herencia del suspense
Ridley Scott, apuntó la veterana estrella, tomó muy buena nota de algunas de las claves del cine para Hitchcock. En el filme de 1979 no ves al Xenomorfo de cuerpo entero hasta el final. A lo largo del filme observas tan solo atisbos de suspense, es decir, la propia sugerencia de la criatura, sin mostrarla de cuerpo entero hasta el final, que generaba el doble de la inquietud más convencional. Recursos, como la intérprete apuntó, muy propios del cine de Alfred Hitchcock.










