En el año 2000, el cineasta japonés Takashi Shimizu presentaba Ju-on, primera entrega de una emblemática y prolífica saga cinematográfica. Este año se celebra el 25 aniversario de su estreno y el Festival de Cine de Terror de Molins de Rei 2025 se suma a la conmemoración dedicando esta edición al J-Horror —terror japonés—, que tanto marcó la entrada al nuevo milenio.

En este género, el folclore japonés y la tecnología moderna (cintas de vídeo, teléfonos y ordenadores) se daban la mano. Este cine apostaba por la atmósfera y el malestar psicológico, con fantasmas como el onryō —figuras femeninas del más allá en busca de venganza— convertidos en iconos muy populares. A pesar de los presupuestos ajustados, el J-Horror genera inquietud aún hoy día, gracias a una estética depurada, su simbolismo, el ritmo pausado y la capacidad de hablarnos de la absurdidad de la vida moderna a través de traumas, historias de soledad y terror existencial.

Ju-On, de Takashi Shimizu.
Ju-On, de Takashi Shimizu.

J-Horror, más allá del susto

El leitmotiv que acompañará esta 44ª edición del festival, que tendrá lugar del 7 al 16 de noviembre, con el Teatro de La Peni como sede principal, será J-Horror, más allá del susto.

Así, comienza la cuenta atrás para el inicio del TerrorMolins 2025 con este texto:

“En los años 90 había reinado el slasher desacomplejado y un punto paródico de Chucky, Scream, I Still Know What You Did Last Summer… Pero la entrada al nuevo milenio coincidió con el boom del J-Horror, una bocanada de aire fresco que revitalizó el género con películas (y videojuegos) en los que fantasmas vengativos asustaban al personal. Ju-on y Ju-on 2 son del año 2000 y se distribuyeron directamente en vídeo, pero su éxito boca a boca permitió a Takashi Shimizu rodar dos años después, con más medios, Ju-on: The Grudge, más secuela que remake.

La terrible historia tiene su origen en una casa de Tokio, cuando Takeo Saeki, convencido de que su esposa le es infiel, la asesina brutalmente y hace lo mismo con su hijo Toshio (y con el gato). En Ju-on encontramos la temática clásica de casa encantada (personaje central del filme) y un fantasma vengativo o onryō. La mayoría de los onryō son mujeres que habían sido maltratadas en vida por sus padres, maridos o amantes y tienen una apariencia inconfundible con raíces en el teatro Kabuki: cabellos negros despeinados y larguísimos, maquillaje ultrapálido y quimono blanco de luto. Según la creencia popular, cuando alguien muere víctima de la ira engendra una maldición que se instala en los lugares por donde se movía y donde murió. Si entras en uno de estos lugares o contactas con alguien maldito, serás víctima y pasarás a propagarla como si fuera un virus.

Dos años antes, Sadako saliendo del televisor en Ringu (Hideo Nakata, 1998) había puesto el J-Horror en el mapa, con el arquetipo del fantasma del pozo y el simbolismo del agua estancada asociada a la muerte, que también encontraremos en Dark Water (Hideo Nakata, 2002). Cineastas de culto como el prolífico Takashi Miike se subieron al carro con Chakushin ari (Llamada perdida) en 2003, donde repetía los efectivos clichés del subgénero, lejos de la densa e inclasificable Ôdishon (Audition) con la que nos maravilló en 1999 (ambas las pudimos disfrutar en TerrorMolins).

En los últimos años, la fiebre por el J-Horror parece haberse apaciguado, después de jugosos crossovers como Sadako vs. Kayako (2016), que mezcla sin complejos las mitologías de Ringu y Ju-on. Pero, por ejemplo, el año pasado Kôji Shiraishi firmó House of Sayuri, también con casa encantada, y en 2022 se estrenó Kisaragi Station, de Jirô Nagae, sobre una estación de tren maldita. ¡Agárrate fuerte a la butaca, la chica de rostro blanquísimo y melena negra interminable puede aparecer cuando menos te lo esperes!”n

Convocatoria de proyecto para la producción de un cortometraje en lengua catalana

Entre las novedades y sorpresas que prepara TerrorMolins 2025, el festival anuncia una convocatoria de estreno este año, siguiendo la tendencia y empeño del festival en potenciar a los y las creadoras de cine de terror en el ámbito y la lengua catalana.

Se trata de un concurso abierto a cineastas, productoras, escuelas de cine…, cuyo ganador se hará con un premio en metálico de 5.000 € para producir un cortometraje de terror en catalán.

Esta acción tiene el objetivo de visibilizar, reforzar el talento local y dar apoyo a la creación y producción cinematográfica en lengua catalana. Los proyectos presentados se compartirán en el marco del festival ante un jurado que otorgará el premio. La película terminada se mostrará en la siguiente edición del festival. Esta convocatoria está abierta hasta el 23 de septiembre de 2025.