Good Boy ha sido una de las comidillas del año en lo que a festivales de género fantástico se refiere. Presente en la programación de la 58ª edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya, la cinta ha ido recogiendo defensores y detractores a lo largo de su travesía festivalera y, a pesar del debate, en España ha encontrado hueco limitado en el circuito comercial de salas, para posteriormente llegar a Filmin.

Primer largometraje de Ben Leonberg, con un guion coescrito junto a Alex Cannon, la cinta tiene como principal atractivo y verdadero pilar a su protagonista, un actor canino llamado (dentro y fuera de la ficción) Indy (sí, como el perro de Henry Jones Jr.).

Good Boy es una de esas películas en las que el terror no es el fin, sino el medio para narrar la verdadera historia que tiene el director entre manos. Leonberg construye una película que es pura puesta en escena, no sólo para la creación de una atmósfera ominosa y tensa, sino para conseguir que toda la expresividad de la historia esté centrada en un personaje canino y sus emociones. En este sentido, la referencia a Steven Spielberg no es gratuita, no sólo en lo referente a la filosofía de la puesta en escena, sino también del valor emocional de la historia.

Con apenas diálogo, la historia se narra principalmente a través de la imagen y el sonido. Tampoco es una imagen realista, sino que el director juega con la planificación, la fotografía y el sonido para generar imágenes de gran expresividad que generan varias lecturas. Los recursos plásticos del género de terror están todos ahí, aunque al final podamos poner en duda si se trata o no de una película de terror.

El tener como voz narrativa al perro protagonista permite que la realidad se nos presente deformada, con saturación de elementos sensitivos, que nos alejan de una narración realista. Esto pasa a ser el principal acierto y la principal causa de reproche hacia la película, por la manipulación emocional que supone. Desde luego, Indy es un personaje maravilloso y capta inmediatamente la atención del espectador, a los que enternece a cada plano, provocando una mayor implicación emocional y forzando en ocasiones la respuesta del público a determinadas escenas.

A esto tenemos que añadir que un sector de la audiencia se pueda sentir engañado con la premisa de la película, que da a entender que estamos ante una película de casas encantadas y presencias sobrenaturales, cuando realmente lo que hace Leonberg es hablar del tema de la muerte, concretamente de una enfermedad terminal, a través de la mirada confusa de un personaje que no entiende lo que sucede a su alrededor, pero percibe la proximidad del fallecimiento de su dueño.

Es cierto que, en este sentido, la película es tramposa y manipuladora, fuerza también el componente emocional y utiliza para ello el recurso fácil de utilizar al perro como canalizador de todas las emociones de la película. Entendemos que estos son elementos que pueden frustrar o decepcionar, incluso enfadar a parte de los espectadores, especialmente aquellos que esperaban una película de terror, algo que Good Boy, pese a sus recursos narrativos y sus momentos angustiosos y perturbadores, no es. Sin embargo, hay otro sector de la audiencia que sí nos dejamos llevar por este juego, al que la manipulación emocional no nos molesta y que se deja llevar por el carisma de Indy en pantalla.

La película nos ha parecido un bonito ejercicio metafórico, con una cuidada labor de puesta en escena para narrar de manera velada la trama que subyace a lo largo del metraje y una gran labor de dirección del animal protagonista, presente en cada una de las escenas de la película, y que ofrece a cada momento la expresión o la acción adecuada para transmitir lo que sucede al espectador.

Good Boy, de Ben Leonberg.
Good Boy, de Ben Leonberg.