“… La torre estaba fría, la luz iba y venía y la sirena llamaba y llamaba entre los hilos de niebla. Uno no podía ver muy lejos ni muy claro, pero allí estaba el mar profundo, viajando alrededor de la noche, plano y silencioso, del color del barro gris, y aquí estábamos nosotros dos, solos en la alta torre, y allá, lejos al comienzo, se elevó una onda, seguida por una ola, un alzamiento de agua, una burbuja, un poco de espuma. Y entonces de la superficie del mar surgió una cabeza, una enorme cabeza oscura, con ojos inmensos, y luego un cuello. Y luego, no un cuerpo, sino ¡más y más cuello! La cabeza se levanta sus buenos doce metros sobre la superficie, apoyada en un esbelto y hermoso cuello oscuro. Y sólo entonces, como una islita de coral negro y conchas y cangrejos, el cuerpo surgió de las profundidades. La cola apenas era un destello. En conjunto, calculé que el monstruo medía veinticinco o treinta metros de longitud desde la cabeza hasta la punta de la cola….”.
Ray Bradbury
La Sirena de la Niebla

En el relato La Sirena de la Niebla (The Foghorn, 1951) de Ray Bradbury, una criatura prehistórica que ha permanecido oculta en la soledad de las entrañas del planeta emerge en la costa noreste de EEUU, concretamente a las costas de Nueva Inglaterra, pues la sirena de un faro en la niebla le recuerda al sonido de sus semejantes, y piensa que el faro es una criatura como él acudiendo a abrazarlo. Este será uno de los instantes más recordados del filme El Monstruo de Tiempos Remotos (The Beast from the 20.000 Fathoms, EEUU, 1953).

Cuando el productor Jack Dietz le pasa a Ray Bradbury el guion del filme para que lo enriquezca, el momento de la criatura y el faro ya está en él. En el filme, a la criatura la bautizan como un “redosaurio” criatura prehistórica ficticia creada para el celuloide. Bradbury reivindica su relato y Warner le paga los derechos por el mismo, y por sus contribuciones al desarrollo del filme.

La primera película donde el otro Ray, el célebre Ray Harryhausen, el hombre que revolucionó el cine fantástico con la técnica del stop motion, toma las riendas en la dirección de los efectos especiales, despunta una corrección absolutamente audaz que tuvo que dejar boquiabiertos a los espectadores de aquellos años. Un pase actual en una sala de cine nos deja boquiabiertos a los cinéfilos, por su corrección y poder de convicción.

Harryhausen venía de ser discípulo de Willis O’Brien, nada menos que el diseñador del King Kong original, el de 1933. Y por supuesto que muchos de los logros de este modélico filme que comentamos, provienen de ese campo.

Sin embargo, no podemos obviar que el realizador Eugène Lourié no sólo es un hombre muy cultivado, admirador de las artes y en especial de la pintura y de la danza, sino que trabajó en la segunda unidad de los platós de rodaje de directores tan importantes como Jean Renoir, Max Ophüls o Abel Gance. Algún mérito sin duda habrá tenido en la pulcritud y corrección de este estupendo filme.

El monstruo de tiempos remotos.
El monstruo de tiempos remotos.

El Monstruo de Tiempos Remotos es un filme absolutamente primicia en el Cine Estadounidense y en el de Ciencia Ficción en General en otro aspecto importante: es el primer filme de este boom de ciencia ficción de los años 50 sobre criaturas anti diluvianas reanimadas como consecuencia de experimentos atómicos.

El propio Lourié dirigiría dos exponentes de este filón, como fueron Behemoth, The Sea Monster/ The Giant Behemoth (EEUU, 1959), que codirigió con Douglas Hickox y Gorgo (EEUU, 1961).

Pero es que el filme que comentamos tuvo una fundamental respuesta al año siguiente, que vino de otra cinematografía, la de Japón. 1954 es el año de Japón Bajo el Terror del Monstruo (Gojira, Japón, 1954), es decir, la irrupción de la legendaria criatura radioactiva Godzilla, la respuesta de la industria japonesa a esta criatura de los tiempos remotos, o de las 20.000 brazas como reza su título original. La saga Godzilla y las criaturas antediluvianas se han ido sucediendo a lo largo de los años en las filmografías japonesas y estadounidenses (y ocasionalmente en otras como Tailandia, etc.) que se han ido retroalimentando recíprocamente.

Un pase memorable de la mano del Aula de Cine de la ULL

Para este pase memorable de la segunda película del ciclo que el Aula de Cine de la Universidad de La Laguna (ULL) dedica a ese prolífico auge de la ciencia ficción de los años 50, y teniendo en cuenta que en la sesión del 14 de abril todavía teníamos el toque de queda a las 22 horas, no se pudo tener el debate que sí tuvo lugar en la sesión de Ultimátum a la Tierra (The Day That Earth Stood Still, EEUU, 1951), de Robert Wise. Por eso la presentación del filme fue bastante intensa y un poco más larga de lo habitual. Estuvieron en la presentación Víctor Conde y Cristo Gil, moderados por quien escribe estas líneas.

Víctor Conde y Manuel García de Mesa.
Víctor Conde y Manuel García de Mesa.

Víctor Conde es escritor de novela fantástica. Le apasiona este filme y el relato de Ray Bradbury, empatizando profundamente con la poética del relato, absolutamente inadaptable a una pantalla de cine y cómo los estudios silenciaban los brotes literarios creativos a golpe de talonario. El escritor resaltó que el filme obedece claramente a la política de los grandes estudios de entonces, de presupuestos pequeños, toda la espectacularidad posible, y muy convencional en los personajes. El guion, en ese sentido, para Conde no engaña a nadie: el científico anciano, la chica guapa y el héroe protagonista, dividiendo siempre las virtudes del ser humano en varios personajes.

Manuel García de Mesa y Cristo Gil.
Manuel García de Mesa y Cristo Gil.

Cristo Gil, doctora en Arte, que ayudó y mucho a contextualizar todos estos filmes del género fantástico de la ciencia ficción de los años 50 en tres de los cuatro filmes del ciclo. Cristo resaltó la importancia de la figura del realizador Eugène Lourié, y que, siendo un hombre tan cultivado, probablemente la secuencia de la danza en el filme no esté por casualidad. Destacó la importancia de lo visual, y de ciertos apuntes filosóficos en la narración. Para Cristo, el filme recupera un perdido tono romántico en la estética y cierta filosofía ausente en este tipo de filmes, con un atractivo discurso más allá del miedo a lo nuclear o atómico, gracias también a cierta sustancia en el texto de un libreto que fue retocado hasta la saciedad. Del bellísimo relato de Bradbury, no sólo sobrevive la famosa secuencia del faro, sino ese anhelo de la criatura de buscar a otros de su especie, lo que le lleva a la ciudad de Nueva York, convertida desde las imágenes de este filme en reducto de lucha de criaturas remotas (o no tanto) en buena parte del cine fantástico.