Han pasado cuatro años desde que, sin saber muy bien ni cómo, ni por qué -explicaciones hay, pero tampoco es que sirva de mucho a estas alturas- los ciudadanos de la república de Corea comúnmente conocida, ésta, como Corea del Sur, empezaron a transformarse en una suerte de horda sanguinaria y descarnada, la cual tertrain minó con la respetable pátina de la sociedad que, hasta ese momento, habitaba en aquel lugar del globo.

En realidad, todo el entramado duró solamente un día, tiempo en el que las bases sociales, políticas y militares se vieron sacudidas y, luego, totalmente demolidas por una pandemia que se extendió como un megalítico cataclismo que nadie pudo evitar. Quienes lograron escapar, para dar con sus huesos en la podredumbre de los callejones y el submundo de la antigua colonia británica de Hong-Kong, ya casi se han olvidado de todo aquel escenario que empezó, una noche cualquiera, en una estación de metro de la capital del país, Seúl.

Si nos detenemos un momento, aquel insignificante suceso pivotaba sobre dos personajes, aunque, en medio de ella, aparecerá un tercero en discordia, el cual, como invitado no deseado, terminará por acarrear situaciones mucho más dantescas, en un escenario ya de por si infernal del todo. Tampoco me quiero olvidar de un “sin techo” que tratará, insistentemente y sin ningún tipo de resultado, de ayudar a quien, a todas luces, es el “paciente cero” de la epidemia, pero su inserción en esta narración tiene como finalidad principal el ponernos en situación; es decir, presentarnos todo el escenario en el que transcurrirá esta tragicomedia macabra y, de paso, conocer más en profundidad las cloacas de una sociedad, la surcoreana, la cual parece modélica, pero, en realidad, es todo lo contrario.

'Train to Busan 2: Península'
‘Train to Busan 2: Península’

Es más, todo está tan borroso que quienes aún recuerdan el principio del fin, sentados, éstos, en uno de los diminutos puestos de comida diseminados entre las esquinas de aquellas angostas y claustrofóbicas calles de la ciudad china, lo hacen como si se tratara de una historia dibujada y luego animada, no interpretada por esos mismos seres humanos.

Sea como fuere, los tres personajes anteriormente citados son quienes nos muestren el verdadero rostro de la sociedad en la que vive. Estos responden a los nombres de Hye-sun, una joven prostituta que ha logrado huir de quien la obligaba a ejercer la profesión más antigua de este torticero mundo; de su “novio”, Ki-woong, otro explotador en potencia, aunque con los colmillos aun por salir; y de Suk-Kyu, el hombre que pretende ser el padre de la joven, aunque, luego se quite su máscara de respetabilidad para mostrarnos quién es realmente.

Cada uno, llegado el momento, recurrió a su instinto de supervivencia y se comportaron como realmente eran, aunque hubo instantes en donde la redención parece posible. Sin embargo, son sólo eso, instantes en un fresco que tras dejarlo secar no tardó en mostrarnos las verdaderas motivaciones de los seres humanos, sin importar lo radical y descarnado que pueda resultar el ambiente en el que sucede la acción. Bien se podría decir que, con la llegada de la brutal pandemia, la mera idea de “tomar prisioneros, en vez de pisotearlos y/o devorarlos” quedó borrada de la psique humana.

Póster 'Train to Busan 2: Peninsula'.
Póster ‘Train to Busan 2: Peninsula’.

Quizás ése sea el problema del capitán de la infantería de marina de la República de Corea, Jung-seok, educado según unas reglas que duraron poco más de veinticuatro horas, y quien debió sobrevivir al infortunio de no poder salvar ni a su hermana mayor, ni a su sobrina, cuando ésa era su obligación, como hermano, tío y militar.

Jung-seok es uno de tantos supervivientes quienes no sólo no lograron llegar a Japón, lugar donde en teoría debería haberse dirigido el barco en el que lograron huir, sino que fueron, casi se diría que, obligados a sobrevivir, dentro del submundo de una urbe tan áspera como lo es Hong-Kong.

En cierta forma, el sentido del deber que atormenta al capitán lo emparenta con las motivaciones y el comportamiento de Seok Woo, quien un día después de lo que sucedió en aquella estación de metro de la ciudad de Seúl, se subió a un tren KTX junto con su hija Soo-an y se sumergió en el agobiante y claustrofóbico escenario de un ferrocarril de alta velocidad, un espacio donde la mera idea de esconderse supone un reto hercúleo. Además, aquel viaje estaba, ya de por sí, lastrado por las difíciles relaciones entre un padre ausente y una hija que vivía separada de su madre y que, por mucho que el padre no sea consciente de ello, la echa de menos. El que luego ambos se vean abocados a tener que sobrevivir en el peor escenario posible, allí donde no importa el cargo, la formación o la cuna en la que se haya nacido, es algo que, por extraño que pueda sonar, terminará uniéndoles más de lo que nunca pensaron llegar a lograr.

Otra cosa bien distinta es ser testigo de lo que sucede cuando la epidemia se desata y queda palpable que el peor enemigo no ese ser grotesco que anda de manera esperpéntica y destila bilis por entre sus labios. No, el peor enemigo es todo aquel que no duda en coaccionar, engañar, mentir, atropellar y, si se diera el caso, asesinar a la primera persona que pasara a su alrededor si, con ello, sobrevive un segundo más. En voz baja, todavía se habla de un pasajero de aquel tren, miembro de la clase empresarial o del estamento político en sus capas menos relevantes, -hay opiniones enfrentadas al respecto- que, si por él hubiera sido, hubiese vendido a todos y a cada uno de los pasajeros del tren con tal de sobrevivir, por mucho que algunos tratasen de imitar su torticero comportamiento.

Tampoco hay que olvidar que, de pie sobre aquel escenario, TODO lo que nunca pensaste hacer y/o decir será lo primero que hagas y/o digas, aunque todavía quede espacio para un postrero instante de redención. Un ejemplo será aquel protagonizado por Sang Hwa, quien tras un primer enfrentamiento con Seok Woo, no dudará en colocarse como última línea de defensa entre la horda hambrienta que les acosa y la salvación del padre, la hija y su mujer, Sung Gyeong.

Tren a Busan 2

Desgraciadamente, este tipo de comportamientos serán sólo un vano espejismo en medio de una nueva realidad, la resultante de perder cualquier atadura con unas normas sociales que dejaron de tener valor cuando el instinto de supervivencia se convirtió en la única regla válida y aceptada por todos aquellos que no lograron abandonar el país asiático a tiempo.

En este particular, el capitán Jung-seok también será testigo del sacrificio de Chul-min, el marido de su hermana mayor, quien no dudará en perder la vida para que el antiguo oficial logre salir con bien del atolladero en el que ambos se han visto inmersos, tras aceptar el encargo de una de las muchas alimañas que se aprovechan de su nueva situación.

Éste el caso de Min-jung, sus hijas Joon y Yu-jin y el abuelo Kim, quienes no lograron encontrar la ayuda necesaria para poder “escapar” a tiempo. Lo paradójico del caso es que la memoria y las pesadillas del antiguo militar también han sido golpeadas, no sólo por el recuerdo de quienes perecieron en el barco de refugiados que los debía evacuar de Corea del Sur, sino por el recuerdo de una mujer que, con su hija en brazos, le rogó que les ayudara cuando éste se dirigía al barco junto con su familia. Al final, la pérdida de sus seres queridos, la deuda para con el marido y padre de su hermana y sobrina, y el recuerdo de aquella madre desesperada serán el detonante que lo lleve a responder, de manera afirmativa, a una misión que nadie en su sano juicio aceptaría, aunque, dicho esto, el juicio fue lo primero que se perdió cuando hasta los mismos animales empezaron a regresar de la muerte…

Volver al escenario donde su desesperación y desazón comenzaron es como salir a la superficie en un océano pintado para un corto de animación fúnebre y macabro, tintado con la sangre y pútridas vísceras de quienes ahora trotan, cual dantesco rebaño, por las calles, las avenidas y los túneles de las que, un día, fueran las principales ciudades de la República de Corea. Todo es extremo, irracional y disparatado, por mucho que un grupo de supervivientes, los autodenominados integrantes de la milicia 631, se empeñen en querer demostrar que saben cómo sobrevivir en aquella atmósfera.

En realidad, la milicia “popular” 631 no deja de ser una MUY mala copia de los miembros de la cúpula del trueno, eso sí, sin contar con Aunty Entity y, ni tan siquiera, se les puede comparar con la horda motorizada del teatral y esperpéntico The Humungus. Todos, sin prácticamente excepción, son el reflejo de cómo el ser humano no ha aprendido nada en todos estos milenios de historia documentada y, cómo, por poco que se le deje, regresará al estado salvaje y animal del que proviene para retozar entre sus malolientes excrementos.

De tan estereotipados que son, terminan por dar risa, de la misma forma que los “caminantes” que pululan por aquellos páramos, o se agolpan en cualquier lugar que uno pudiera imaginar, se comportan como los dibujos de los cortos de animación protagonizados por Bugs Bunny, el Correcaminos o Woody Woodpecker (El Pájara Loco). De ahí que, cuando Jung-seok es rescatado por las dos hermanas, nada más regresar a su país natal, la mayor de las dos, al volante del todo terreno en el que se encuentran, trate a sus perseguidores de la misma forma en la que los anteriormente citados personajes animados trataban a quienes les querían acosar; es decir, sin tomárselos demasiado en serio.

Esto no quiere decir que se olviden de dónde están y del peligro que corren, pero de nada sirve preocuparse demasiado cuando, cada minuto que pasa, las reglas del juego deben adaptarse ante una situación que tiempo atrás se escapó de cualquier control posible.

¿Significa esto que ya no hay espacio para la esperanza? La verdad es que Min-jung, en su papel de progenitora y líder del grupo, y el abuelo Kim, siempre a la caza y captura de baterías que le ayuden a mantener viva la radio con la que comunicarse con el mundo exterior -un mundo simbolizado por la voz de la comandante Jane, de ONU- soportan sobre sus hombros el último atisbo de esperanza y cierta racionalidad, en medio de la “película de terror, de acción REAL” con segmentos de animación intercalados, donde llevan viviendo desde hace cuatro años. Jung-seok debería, por su parte, ser quien diera la réplica al mismo sentido de la palabra redención, como si se tratara de un héroe de la antigüedad, en busca de su destino, aunque, el oficial de ejército despojado de sus galones, tiempo atrás, deba hacer frente a sus fantasmas interiores para así poder aceptar su papel en este nuevo tablero de juego.

Península (En coreano: 반도) nos devuelve hasta el mismo espacio donde nos dejó Seoul Station y Train to Busan, ambas estrenadas en el año 2016, responsabilidad del director, guionista y animador, Yeon Sang-ho. En esta ocasión, el discurso del realizador coreano es mucho más cínico para con su organizada y respetuosa sociedad y, salvo por un par de personajes, la visión que da del país en el que vive es, por decirlo de una forma clara, absolutamente dantesca. Tampoco es que el resto de la sociedad, desde los oficiales al cargo del barco donde se apelotonan los supervivientes que acompañan al capitán Jung-seok, pasando por las sanguijuelas que los devuelven a su país de origen y terminando por el resto de los individuos con los que interactúan en su destierro de Hong-Kong salga mejor parada. Es más, los integrantes de la milicia 631, el último ejemplo de la que anteriormente fuera la sociedad surcoreana, son aparte de esperpénticos y caricaturescos, unos degenerados que se divierten alimentando los más bajos instintos del ser humano.

Tanto es el contraste con la mentalidad del grupo familiar simbolizado por Min-jung o la que motiva el comportamiento del infante de marina coreano que uno termina por olvidar que el país ha sido devastado y colonizado por una horda de “muertos vivientes” y/o de infectados que no cesan de acosar a todos lo que no son como ellos.

En esto, como ya ocurriera con las películas del patriarca zombi, George A. Romero, todas las películas de Yeon Sang-ho beben de la misma fuente y utilizan la pandemia y quienes se ven infectados como la herramienta para mostrar cómo son, en realidad, los que aun son “humanos”. Claro que, esta vez, el director surcoreano lleva el discurso hasta el mismo disparate, de una forma tremendamente dinámica, sin casi dejar tiempo para respirar entre secuencia y secuencia, de la misma forma que ocurriera con un proyecto que, primero se conoció como Busan-Bound y luego se estrenó con el título de Train to Busan. La diferencia es que, cuatro años antes aún había esperanza. Ahora, sólo toca sobrevivir tanto tiempo como sea posible.