Se cierra un nuevo ciclo dentro de la franquicia de James Bond. De nuevo, el actor que encarna al personaje da un paso a un lado y deja el testigo para que lo recoja otro intérprete. Sin embargo, la salida de Daniel Craig de la saga es distinta a las anteriores, de la misma manera que su llegada al papel también marcó una diferencia.

Connery, Lazenby, Moore, Dalton, Brosnan, todos habían interpretado a un Bond que en esencia eran el mismo personaje, dentro de una única (y un tanto laxa) continuidad. Sí, cada actor le dio su impronta y cada cambio de intérprete había servido para redefinir al personaje y ajustarlo a los nuevos tiempos; sin embargo, Casino Royale se estrenó como un borrón y cuenta nueva, un reboot con el que liberar al agente 007 de todo su bagaje anterior y prepararlo para los desafíos del siglo XXI en un momento en el que el panorama sociopolítico estaba agitado por el atentado del 11S y el cine de acción revuelto por la aparición de nuevos modelos de héroe, como Jason Bourne.

UN BOND PARA LOS NUEVOS TIEMPOS

En esencia las cinco películas de James Bond protagonizadas por Daniel Craig han formado parte de una única (también laxa) aventura, donde las interconexiones entre tramas, personajes y acontecimientos pretendían dar un sentido global y una cohesión a todo. No podemos decir que esto se haya logrado a la perfección, pero sí es cierto que, por primera vez, el actor que interpreta a Bond puede presumir de contar con un conjunto de películas bien acotadas, con un claro principio y un claro final. Por otro lado, a lo largo de estas películas, el Bond de Craig ha evolucionado con respecto a las características básicas del personaje, por un lado, recuperando la ferocidad y la brutalidad original, pero, por otro, despegándose de la imagen de seductor despreocupado y misógino en favor de un perfil más de galán romántico trágico.

Llama también la atención que partiendo de un supuesto rejuvenecimiento del personaje con ese Bond Begins que supuso Casino Royale, rápidamente se transmuta a Bond en un personaje crepuscular, agotado, abatido, taciturno, desapasionado, desubicado. Puede ser la desgana de Craig a mantenerse mucho tiempo en el papel, pero también la imposibilidad de reescribir un personaje tan anclado en un tiempo y un pensamiento como Bond en la actualidad, de ahí que sea visto como un ser anacrónico y en proceso de extinción. Lo cierto es que ya desde Skyfall la saga adquiere un sentido de despedida, que hasta entonces sólo habíamos podido encontrar en la apócrifa Nunca Digas Nunca Jamás, y que culmina con Sin Tiempo para Morir. Esto, sumado a aspectos más acordes a las reivindicaciones de diversidad del cine moderno (con una doble 0 femenina y negra y un Q homosexual) sin duda marcan una identidad a la franquicia muy alejada del Bond de Connery o de Moore.

DOBLE NATURALEZA DE BOND

En cierta forma, estas dos identidades coexisten en Sin Tiempo para Morir. Hay guiños al Bond clásico como, por ejemplo, toda la parte en Cuba, las dinámicas de humor entre Bond y la nueva 007, su sempiterna riña con Q, la complicidad con Moneypenny en la antesala del despacho de M.

Las secuencias de acción, coordinadas por el espléndido Alexander Witt (uno de los mejores directores de segunda unidad de secuencias de acción del cine Hollywood actual), recuperan el compromiso con la espectacularidad de la saga.

La puesta en escena de Cary Fukunaga es elegante y preciosista, sacando partido de algunas localizaciones espectaculares, como Jamaica (guiño de la saga a Ian Fleming, residente en la isla en su villa Goldeneye), Matera en Italia o la Carretera del Atlántico en Noruega. En este sentido, la cinta mantiene una coherencia estilística y de tono con lo marcado por Sam Mendes en las dos entregas previas del personaje.

Por su parte, Daniel Craig vuelve a asumir con convicción su rol de Bond, quizás más cómodo en él en esta versión “evolucionada” que cuando lo interpretó por primera vez en Casino Royale, aportándole ese manto de introspección y melancolía que previamente sólo Timothy Dalton le había sabido dar.

Sin tiempo para morir, de Cary Fukunaga.
Sin tiempo para morir, de Cary Fukunaga.

DECONSTRUYENDO A LA CHICA BOND

Mucho se ha hablado de la evolución, por lo general forzada y muchas veces mal retratada de los personajes femeninos en la saga, siempre en la lucha por dejar de lado su rol sexualizado y florero y contar con una participación más activa y liberada en la acción. Sin Tiempo para Morir pretende sumar esfuerzos en este sentido (de ahí, por ejemplo, la participación en el guion de Phoebe Waller-Bridge, guionista y productora de Fleabag).

Tres son los personajes femeninos destacados en esta nueva aventura (tras su reconversión en Moneypenny, mucho nos tememos que el personaje de Naomie Harris ha perdido la fuerza mostrada en Skyfall, regresando al valor más pasivo históricamente asignado al personaje).

Antes del estreno de la película, Lashana Lynch se convirtió en el objetivo de críticas por usurpar el puesto de 007, dejando entrever la decisión de que el futuro de la franquicia iba a ser en femenino. Como dicen en la cinta, 007 sólo es un número, pero tras ver la película, el peso que se le pretendía dar a este personaje nos parece muy diluido. Pese a su potente presentación y algunos diálogos afilados, lo cierto es que queda en todo momento por detrás de Bond en la acción, ausentándose de la trama en largos periodos de metraje.

Lashana Lynch es 007 en Sin tiempo para morir.
Lashana Lynch es 007 en Sin tiempo para morir.

Ana de Armas deslumbra con su papel de Paloma, sus minutos en pantalla son de lo más destacado de la película y cuando por fin parecía que se había acuñado un buen personaje femenino para la saga, éste hace mutis por el foro en lo que es a todas luces una participación demasiado breve para lo que hubiese podido ofrecer. Por último, tenemos el regreso de Madeleine.

Léa Seydoux tiene el privilegio (si no nos falla la memoria) de interpretar al único personaje femenino relevante que repite en una entrega de James Bond (Moneypenny aparte). Sin embargo, se le quiere dar una repercusión en la vida de Bond que ni el guion, ni la química entre la actriz y Daniel Craig logran materializar. Lo cierto es que Madeleine está muy lejos de equipararse al valor de Vesper Lynd en la mitología del personaje en su etapa Craig o, ampliando el abanico al resto de la saga, de la Contessa Teresa di Vicenzo, alias Tracy Draco, alias Tracy Bond de 007 al Servicio Secreto de su Majestad.

ZIMMER, HANS ZIMMER

El apartado musical es uno de los elementos a los que habitualmente se les suele prestar atención dentro de una película de James Bond. El valor histórico que han adquirido las canciones de las películas del personaje, además de la definida identidad que John Barry logró darles a las películas en su extensa colaboración hacen que, a cada nueva película, el público y la crítica observe con lupa este apartado.

No Time To Die, la canción de Billie Eilish, nos resulta superior a las aportadas por Jack White y Alicia Keys en Quantum of Solace o Sam Smith en Spectre, aunque inferior a You Know my Name de Cris Cornell y Skyfall de Adele, es más, de hecho, se nota el patrón de esta última en las hechuras del nuevo tema. Eso sí, la melodía de la canción sí queda bien aprovechada narrativamente dentro de la película.

Por su parte, la entrada de Hans Zimmer en la franquicia nos parece gratuita. Zimmer ha llevado a cabo una partitura que acompaña bien a la acción y donde el alemán demuestra que conoce los mimbres habituales de la saga, pero no nos parece ni especialmente inspirada, ni especialmente original, recurriendo al habitual reciclaje de su catálogo de temas de acción (en varios momentos uno no tiene claro si el héroe de la película es James Bond o Batman). El hecho de que musicalmente lo mejor de la película sean los guiños al Barry de 007 al Servicio Secreto de su Majestad tampoco ayuda. Además, por mucho que musicalmente se agradezca, resulta chocante e incongruente (por no hablar de tremendamente anticipatorio y relevador para los fans de la saga) el uso del “We Have all the Time in the World”, tanto canción como frase, cuando se supone que este Bond no guarda ningún parentesco con el interpretado por George Lazenby en 1969.

FIN DE ETAPA

Podríamos entrar en el debate de si éste Bond es realmente Bond, de si traiciona o no el espíritu del personaje creado por Ian Fleming o su variante cinematográfica (dos cosas muy distintas, por otro lado), pero lo que nos parece incuestionable es que, en lo bueno y en lo malo, éste es el Bond de este tiempo y lugar.

En nuestra opinión, Sin Tiempo para Morir se salda como una excelente película, tal vez no a la altura de las mejores entregas de la etapa Craig (en nuestra opinión, Casino Royale y Skyfall), pero que no sólo logra funcionar con robustez por sí misma, sino que consigue corregir cierta deriva de continuidad y dar a 007 lo que ninguno de los otros tipos había conseguido hacer: un sentido de cierre y despedida coherente (independientemente de que, por supuesto, James Bond regresará).