El 18 de septiembre de 2012, el buzo Chris Lemons sobrevivió después de pasar 30 minutos sin oxígeno en el fondo marino del Mar del Norte, cuando el cable que lo conectaba a la superficie se rompió. Esta historia real inspiró en 2019 el documental Último Aliento, dirigido por Richard da Costa y Alex Parkinson, quienes recogieron la sorprendente historia de un rescate sin esperanzas de encontrar a Lemons con vida. Ahora uno de estos directores, Alex Parkinson, ha querido llevar de nuevo esta historia a la gran pantalla, pero en esta ocasión en formato de película de ficción, bajo el título en nuestro país de Sin Oxígeno.

Pese al cambio de formato, lo primero que llama la atención de la película es cómo Parkinson ha optado por respetar la puesta en escena documentalista. Durante toda la parte previa al accidente, la narración procura ser fría y distante, empleando sobre todo aspectos intradiegéticos, como el uso de las cámaras de seguridad del barco o los vehículos submarinos. El reparto, encabezado por Finn Cole, Woody Harrelson y Simu Liu, busca dar la mayor verosimilitud a la hora de representar el trabajo de los buzos.

En esta primera parte se presentan al espectador los vínculos afectivos entre los personajes, pero manteniendo esa distancia documentalista. Aunque parte de una historia que rompe los límites de la comprensión humana, lo cierto es que, entre los aciertos de la película, está el no enarbolar teorías peregrinas, ni (afortunadamente) tirar de interpretaciones religiosas. La prioridad es la presentación de los hechos y hacer una recreación verosímil.

Sin oxígeno. © 2024 FOCUS FEATURES LLC
Sin oxígeno. © 2024 FOCUS FEATURES LLC

Una carrera contrarreloj

Con pocos medios, y gracias a la labor de los actores, durante la primera mitad del metraje, esto se consigue con efectividad. Todo cambia en cuanto tiene lugar el accidente. Es en este punto donde Parkinson, liberado de los mandatos del documental, se deja llevar por la parte emocional del relato y enfatiza las respuestas afectivas de los personajes. Frente a la contención empleada en la primera parte del metraje, de repente la narración se ve sobrepasada por grandes aspavientos, comentarios exaltados y frases de pretendida epicidad que rompen por completo con el tono de la película.

Es en este bloque, el verdaderamente relevante de la cinta, donde Parkinson pierde el timón de su película y la convierte en un amasijo de clichés, frases vehementes y una narración que se centra más en el artificio emocional que en el relato tenso y claustrofóbico que venía construyendo desde el principio. El buen hacer de los actores se desmorona por culpa de una mala dirección y el resultado final acababa cayendo en el tópico del melodrama televisivo.

Por desgracia, Sin Oxígeno se convierte así en un ejercicio fallido, que dinamita sus propios méritos en favor de una narrativa final más banal, como si la fuerza de la historia real no inspirara la suficiente confianza en el director y tuviera que recurrir a los estereotipos más desgastados para intentar convencer al espectador.