La nueva apuesta de Netflix es un acercamiento a Rebeca, la célebre novela de Daphne Du Maurier ya adaptada hace 80 años por Alfred Hitchcock, un clásico de la literatura gótica que nos ofrece una historia de fantasmas sin fantasmas, pero con el espectro de un personaje que sobrevuela continuamente en el recuerdo.

Para llevar a cabo esta adaptación se ha contado con Ben Wheatley, un cineasta que en su cine anterior había mostrado un tono irreverente, agresivo e incómodo y que, a priori, se presentaba como una buena elección para regresar a Manderley.

A grandes rasgos, hay que decir que la nueva versión cuenta con un buen plantel de actores, una fotografía que se arriesga a cambiar el tenebrismo por unos desafiantes tonos pastel y que, sin negar la influencia de Hitchcock, procura establecer su propio camino. El problema es que, en su propósito de ser sutil y elegante, Wheatley abandona la mala uva y la visceralidad de su cine anterior por una realización edulcorada, carente de garra, ni atmósfera.

Lily James, Armie Hamer y Kristin Scott Thomas son buenos actores y cumplen con su labor, especialmente la última, a la que, pese a todo, seguimos considerando un acierto de casting para el papel de la Sra. Danvers. Sin embargo, de poco sirven las buenas intenciones, si la película no transmite nada. Manderley, aunque lujosamente recreada, carece de personalidad y sentido de la amenaza.

Al final, da la impresión de que la película se pliega al hecho de que ya el espectador conoce el desenlace de la historia y, por lo tanto, no es necesario esforzarse en crear ningún tipo de atmósfera o suspense, dejando sólo desgana.