Hay muchas películas dentro de la adaptación que Mateo Garrone ha hecho de la novela de Carlo Collodi Pinocho, pero ninguna de ellas está acorde con el cine actual.
Entiéndase esto no como una debilidad de la película, sino al contrario, del cine en el que le ha tocado vivir. La cinta se mantiene fiel a la letra original del escritor italiano, recuperando el tono y los relatos que fueron modificados por Disney en su versión de 1940.
Garrone recupera la tradición del fantástico europeo al mismo tiempo que apuesta por un enfoque artesanal en los apartados de maquillaje o efectos especiales. Pese a la existencia de todo tipo de personajes de fantasía y criaturas fantásticas, el tono de la narración y el retrato de la sociedad bebe de la herencia neorrealista italiana, convirtiendo a la película no sólo en una lectura de social y política de la Italia de mediados del siglo XX, extrapolable a hoy en día, sino también en un sentido homenaje a la gloriosa herencia cinematográfica del país.
Pinocho es cine infantil, pero no comulga con las nuevas tendencias donde, con el fin de no traumatizar a los niños, las historias acaban siendo productos simplistas, edulcorados e inofensivos, temerosos de enfrentar a su público a situaciones dolorosas.
Garrone no oculta la truculencia de la historia de Geppetto y Pinocho, sin que ello afecte a su identidad como obra familiar. A todo esto ayuda especialmente la hermosa fotografía de Nicolai Brüel o la deliciosa partitura musical de Dario Marianelli.
El resultado es una película fuera de su tiempo, que se arriesga a ser incomprendida por un público intelectualmente y emocionalmente más acomodado.