Aunque lo solemos vincular más con el fantástico y el terror, por regla general, el cine de Álex de la Iglesia se vertebra más en clave de comedia, derivando generalmente hacia la comedia ácida, negra y/o esperpéntica. Es más, por lo general, las cintas suyas que prescinden del tono de humor no sólo están en inferioridad de condiciones, sino que tienden a ser algunas de las menos recordadas (Perdita Durango, Los Crímenes de Oxford). El Cuarto Pasajero es un nuevo ejemplo del particular sentido del humor del cineasta (y de su guionista habitual, Jorge Guerricaechevarría). Es cierto que aquí no hay componentes fantásticos, como en otras comedias suyas como Acción Mutante, El Día de la Bestia, Plutón B.R.B. Nero o Las Brujas de Zugarramurdi, sino que viene a sumarse a otra línea de títulos que el director ha ido abrazando en los últimos tiempos como La Chispa de la Vida, Perfectos Desconocidos o El Bar. Resulta curioso cómo, aún así, en estas películas De la Iglesia se las apaña para mantener su impronta personal.

PIERROT Y COMPAÑÍA

Una de las bases históricas de la comedia siempre ha sido el coger un escenario cotidiano y hasta rutinario e introducir en ese espacio un elemento anárquico, disruptor, destructivo. Parte de la histórica dicotomía entre el payaso Carablanca y el Augusto, donde el primer es el componente serio, autoritario, normativo, mientras que el segundo es un personaje extravagante, provocador, cuyas acciones siempre desatan conflictos que acaba sufriendo su compañero. Álex de la Iglesia sintetiza y reformula los arquetipos de la Comedia del Arte y los reúne en el reducido espacio de un Volvo XC60. Así, Julián (Alberto San Juan) se convierte en Pierrot/Carablanca, Lorena (Blanca Suárez) en su amada Columbina, Rodrigo (Ernesto Alterio) en el Augusto que va a desarmar todos los planes de Julián, empujando a Lorena a los brazos del varonil Arlequín/Sergio (Rubén Cortada).

DOLOR Y GLORIA

Hay algo en la comedia, y muy específicamente en el tipo de comedia que a Álex de la Iglesia le gusta emplear, que lleva al humor a través del sufrimiento, no sólo de los personajes, sino del propio espectador. Y es que, aunque podamos intuir el desenlace final de los personajes, el valor de todo parte por la empatía que nosotros como espectadores podamos tener con el protagonista. En este caso, aunque Julián se trate de un personaje francamente antipático, sus desventuras, desgracias y desesperación se transmite al público y, junto a las carcajadas, la película nos provoca también un estado continuo de tensión y malestar por ese aparente alejamiento que las situaciones de ese viaje van generando entre el protagonista y Lorena.

TOXICIDAD MOTORIZADA

Álex de la Iglesia introduce también la irreverencia de la comedia moderna, al hacer que ésta no se a una pantomima maniquea, donde el galán, aunque torpe, se ampara en la pureza de su amor, de la misma manera que el personaje femenino no es, ni mucho menos, tan pasivo, ni tan virginal como suele ser tradición. Lo mismo podemos decir del claro antagonista, Rodrigo, y del competidor por los afectos, Sergio. A Álex de la Iglesia le interesan más los personajes con una faceta oscura y todos ellos irán quitándose las máscaras a lo largo de la película y mostrando su perfil más egoísta, avaricioso y agresivo.

Curiosamente, es cuando por fin se desprenden de todos los condicionamientos sociales, cívicos, cuando por fin los personajes acaban siendo sinceros entre ellos y sus relaciones superan el cariz tóxico que ha ido emponzoñando su relación a lo largo de toda la trama.

PAÍS DE CLOWNS

En el universo de Álex de la Iglesia, la “normalidad”, lejos de ser un objetivo a alcanzar, es una fachada artificial. No sólo en lo que se refiere a los personajes protagonistas, sino a el abanico de secundarios que les acompañan. Como buena comedia, El Cuarto Pasajero se apoya también en la presentación de un amplio espectro de secundarios que rayan lo absurdo, desde el misterioso rol de Carlos Areces hasta esa parea de tebeo que conforman Morales y Revuelta, los dos guardias civiles interpretados por Jaime Ordóñez e Isidro Montalvo, sin olvidar la golosa aparición del imprescindible Enrique Villén y demás fauna de personajes de reparto.

Como buena road movie, el carácter episódico del viaje y el encuentro con estos secundarios en el trayecto van ayudando a perfilar el efecto “bola de nieve” de la trama.

COMEDIA CLÁSICA Y DE AUTOR

Aunque desprovista del componente fantástico, El Cuarto Pasajero no descuida las señas de identidad de su director, tanto en lo bueno, como en lo malo (con todo el ingenio y la creatividad que suelen tener sus películas, el cierre final de todas sus películas sigue siendo anticlimático e insatisfactorio). Álex de la Iglesia es un cineasta dinámico, con un gran dominio de la puesta en escena y cuyo arco dramático suele evolucionar de menos a más y, finalmente, a desmadre narrativo. El cineasta demuestra conocer los mimbres del género y su tradición, juega con los arquetipos de manera ágil y original y mantiene al espectador clavado, no es su butaca, sino en el asiento de ese Volvo XC60. No es tan demoledoramente personal como “Balada Triste de Trompeta”, pero estamos ante un dignísimo producto de su director.