Fue Giuseppe Tomasi di Lampedusa, en su novela El Gatopardo, quien dijo “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Cuando se estrenó en 1997 Men in Black (Hombres de Negro) se trataba de una cinta de colegas al uso, con la peculiaridad de que al componente detectivesco se le sumaba un colorido microuniverso de personajes y gadgets de lo más peculiar. La química entre el carácter extrovertido de Will Smith y el hieratismo de Tommy Lee Jones construía un humor desternillante, pero también permeable a elementos nostálgicos y agridulces.

La segunda entrega llevó estos elementos al gigantismo y en la tercera ni siquiera Josh Brolin pudo paliar la ausencia de Tommy Lee Jones. Ante la negativa de las dos estrellas y del director Barry Sonnenfeld a continuar en la franquicia, Sony ha optado por hacer reformas en la producción.

Nuevo director (F. Gary Gray), nueva pareja protagonista (Chris Hemsworth y Tessa Thompson), nuevos aliens (ahora creados por Jeremy Woodhead en sustitución del irremplazable Rick Baker), nuevas localizaciones (Londres, Marruecos y Nápoles); todo, como decía Lampedusa, para dar una imagen de renovación y lograr que nada cambie.

Pero sí cambia. La química entre Hemsworth y Thompson queda muy lejos de la pareja original; el humor resulta derivativo, repetitivo; ese rasgo agridulce que le daba a las cintas anteriores un componente emotivo aquí brilla por su ausencia; los diseños de los aliens y los gadgets tecnológicos carecen de la originalidad y la capacidad de asombro de las criaturas de Baker.

A favor tenemos a dos veteranos como Liam Neeson y Emma Thompson en papeles breves, pero de los que dejan ganas de más, y un espléndido Rafe Spall robando planos cada vez que sale. Por lo demás, una entrega sin gracia, ni encanto.

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