El cubo universal

[Darth Xer0]

PRÓLOGO


En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Ella, y el Verbo era Ella. Esto era en el principio, y luego sus ojos de ninfa cristalina se tornaron sedientos de saber lo que Dios sabe, y nada fue suficiente. Y exigió querer saber más, y fue cuando Ella utilizó el Verbo para expresarse. Y sucedió que el Verbo llegó como néctar etéreo a los oídos del Poeta. Fue entonces cuando el Poeta tuvo su revelación, y la Luz prístina de la creación cayó sobre él. Y ocurrió que las manos del Poeta se mancharon de tinta, que es la sangre de los libros; y él completó las líneas inconclusas, porque supo que así estaba completando también su vida.

[Darth Xer0]

Sediento de saber lo que Dios sabe
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave
J. L Borges, El Golem


I
El muerto y el juguete

Cuando el detective Marcus Khan entró en la escena del crimen, lo primero que vio fue a un hombre desnudo, inerte en el suelo y nadando en una alfombra de sangre. Ya en el lugar revoloteaban todo un conjunto de policías que tomaban huellas, medían distancias, guardaban posibles indicios en prolijas bolsitas de plástico. Él era ajeno a todos esos menesteres policíacos: no porque no los conociera a la perfección, sino porque no formaba parte de las filas del orden. Su trabajo era solitario, individual, de una sola persona. No obstante, la policía solía frecuentarlo, por sus excepcionales capacidades de investigación, hipótesis, razonamiento y comprobación. Nadie lo superaba en conocimientos. Jamás había fallado en un solo caso.

? Buen día, Khan ¿Cómo se halla usted? ? dijo el inspector Calligieri.

? Me hallo como siempre: aburrido hasta que sucede algo como lo que me ha traído aquí ¿Qué hay?

? Homicidio. Martin Solinsky. Hombre de cuarenta y ocho años, soltero, profesor universitario de Teología. Además, era un eximio y respetado cabalista. Solía escribir sesudas notas para una publicación hebraica.
? ¿Posibles sospechosos o móviles?

? No tenemos absolutamente nada. El lugar está impecable. No hay signos de lucha, ni arma homicida.

? Entonces ¿Qué es lo que recogen sus oficiales? ? lanzó irónicamente Khan.

? Estamos tratando de hallar cualquier cosa. Lo más mínimo que haya y que pueda orientarnos en la investigación.

? ¿Tenía enemigos, viejos entuertos, rencores que resolver?

? No que sepamos. De hecho, era un hombre lo suficientemente ermitaño como para no salir de su casa más que para enseñar en la universidad. Prácticamente no tenía amigos, ni conocidos. Además, no poseía ninguna pareja. Los vecinos aseguran que, pese a su introspección, era un sujeto muy amable.

Marcus Khan observó atento el cadáver. Una laceración aborrecible le surcaba todo el cuello, como si una boca artificial y dolorosa se abriera paso por entre sus carnes y sonriera macabramente a todo aquel que la mirase, burlándose y escondiendo un misterio que comenzaba a ser del interés del detective.

? Corte profundo con cuchillo. El corte tronchó de lleno la vena yugular, explicando el sangrado apoteósico que aquí tenemos ? dijo Marcus Khan ? Mhh? puedo notar que la herida fue hecha derecha a izquierda, lo cual nos indica que el hipotético asesino es de hecho, zurdo. ¿Sabe Calligieri? Muchos judíos son zurdos.

? ¿Qué quiere decir?

? Quiero decir que no debemos descartar la posibilidad de un asesino de procedencia hebraica. Es más: concordaría con ciertos indicios que usted me ha revelado.

? Nada será descartado, amigo mío. Eso téngalo por seguro.

Marcus Khan se irguió desde la posición en la que se encontraba, para aumentar su campo visual desde una perspectiva, que si bien no era cenital, si podía catalogarse de ángulo picado.

? ¿Qué es eso? ? dijo el detective, luego de observar por unos segundos las escena del crimen.

? ¿Qué cosa? ? preguntó el inspector Calligieri, desconcertado. Para ese instante, Khan ya había comenzado el trayecto pedestre hacia el objeto misterioso.

? Interesante ? dijo el detective, luego de recoger un pequeño cubo articulado de madera.

? Oiga ¿no es uno de esos cubos con lo que juegan los niños? Rayos? ¿Cómo se llama? ? dijo Calligieri.

? Se llama Cubo de Rubik. Es un rompecabezas en el que se deben combinar en una cara, todos los pequeños cuadraditos que respondan a un mismo color. El artefacto está articulado de tal manera que permite mover ciertas partes. Pero hay un problema con éste.

? ¿Qué problema?

? Qué no tiene colores. Estos, en cambio, han sido reemplazados por estos signos, que sin dudas corresponden a las grafías del alfabeto hebreo.

Marcus Khan investigó al juguete misterioso por unos instantes, desde todos sus vértices.

? Además de ello, el cubo posee los números del cero al nueve. Las letras son veintidós y los números, diez. Eso nos da un total de treinta y dos. Los cuadraditos son cincuenta y seis, que se completan con estas cuatro letras: HHYV. Hay que ordenarlas, pero sin lugar a duda corresponde al Tetragrámaton, y esto es YHVH, el Nombre de Dios. Los dieciocho casilleros restantes acogen a símbolos que desconozco; excepto uno: la Monas Ieroglyphica, un talismán creado por John Dee y que, según sus interpretaciones cabalísticas, reúne a todo el saber del universo.

Calligieri miraba a Khan con una gramática ocular conspicua y atónita. «Es una maldito genio» pensó para sí, y Khan se dio cuenta de ello gracias al desciframiento de la sintaxis de la oración que componía a la mirada del inspector. Lo tenía en un puño.
Khan, por su parte, guardó el cubo en el bolsillo de su amplio gabán.

? Oiga? eso puede tener huellas del?

? No sea iluso, Calligieri. No ha hallado absolutamente nada. ¿Qué le hace pensar que este pequeño juguete puede tener huellas? Lo más probable es que tenga impresas las huellas digitales del difunto.

Calligieri no dijo una sola palabra. Khan caminó hasta una pequeña repisa en la que descansaban varias botellas de licores y demás bebidas espirituosas. El detective tomó un vaso, abrió una botella de whisky y cargó el recipiente de cristal hasta el borde de su pequeño abismo. Luego descargó el contenido de manera abrupta en su boca, y un picor extravagante y fugaz le otorgó un pequeño dejo de felicidad.

? Oiga, Khan ¿qué se supone que hace?

? Tomo un trago. No creo que al señor Solinsky le moleste ? dijo el detective, señalando el lugar donde el muerto reposaba ? Sabe bien. «Añejado 12 años». Solinsky sabía elegir bebidas ¿Quiere un poco?

? Está contaminando la escena del crimen.

? Sigue siendo un iluso, Calligieri. Pero no importa. Su ?escena del crimen? no le dirá nada. En cambio, este cubo ? y al decirlo, lo sacó del bolsillo, mostrándoselo al inspector ? puede decirnos mucho.

? ¿Cree acaso que un juguete puede resolver el caso? ¡Y me dice iluso a mí!

? Mucho me temo, amigo Calligieri, que esto no es sólo un simple juguete ? contestó Khan, seriamente. Se vislumbraba esa confianza que siempre aparecía en la voz del detective en los momentos difíciles de un caso. Los ojos del detective dieron un respingo, los iris se dirigieron en trayectoria inevitable hacia el cubo.

? Bien, Calligieri. Escúcheme. Debe averiguar si hay en esta ciudad algún otro cabalista importante al que podamos consultar.

? Ehh? Cabalista? cabalista? he escuchado eso? pero ¿Dónde? ¡Claro! ¡El Rabí Housky! Él se dedica a eso que usted dice. Creo recordar que una vez lo entrevistamos para un caso. Un hombre raro, muy propenso a los juegos de palabras, a imprimir confusión en los interlocutores y a encontrar extrañas relaciones entre todas las cosas.

? Propio de los cabalistas ? dijo Khan, con seguridad ? creo que es pertinente que vayamos a visitarlo. ¿Podemos, Calligieri?

? Podemos ? dijo el inspector.

[Darth Xer0]

II
Meditaciones

El ronroneo perezoso e imperfecto del auto patrulla al que Calligieri y Khan subieron para ir a donde el rabí Housky, silbaba monótonamente. El motor parecía respirar con dificultad, una suerte de asma mecánico, una insuficiencia valvular que agitaba los pistones. Khan no dijo nada en los primeros cinco minutos de viaje. Todavía le quedaba por delante aproximadamente media hora de trayecto, hasta que por fin el silencio funerario, quebrado únicamente por el ronquido tosco del motor y por la fuerte respiración del cabo que conducía, se hizo sonido.

? Bien ? dijo el detective ? Pongamos en claro las cosas. Martin Solinsky, profesor de Teología, aparece una mañana en su casa, muerto, totalmente desnudo, con un tajo astronómico en el cuello. En la escena del crimen no hay nada que pueda orientar a los investigadores. Y cuando digo nada es la nada absoluta. Excepto por la aparición, claro, de un pequeño y presumiblemente inocente rompecabezas con inscripciones hebreas. Podemos suponer que es eso: sólo un juguete. Nuestra hipótesis se cae a pedazos cuando nos enteramos de que el difunto es un cabalista. Definitivamente no es un juguete. Puede parecerlo superficialmente, pero tras esa máscara pueril hay sin duda, una esencia cabalística. Y en ello, estoy seguro, reside todo el misterio.

? Usted a veces me asusta.

? ¿Han analizado todos los papeles, textos y anotaciones del muerto? Puede haber mucha información allí.

? Leímos todo lo que había. Revisamos en el interior de los libros buscando notas o papeles secretos. No hay nada.

? Si estaba en algo, puede haber destruido u ocultado los papeles en lugares menos obvios, temeroso de que ?alguien? los hallara. Excelente. Esto es cada vez más interesante. Resolución desde cero, basándonos exclusivamente en este pequeño ortoedro de madera.

Los ojos de Khan brillaban de emoción intelectual. Disfrutaba de manera libidinosa con los juegos de misterio. Resolverlos era su vida.

? Khan ¿Me está diciendo que un sujeto puede matar por ese aparatito?

? Hay gente que mata por menos, amigo Calligieri. Quién sabe qué es en lo que nuestro judío asesinado estaba metido ? mientras hablaba, Khan giraba el mecanismo de rotación del juguete, combinando distintas letras y números. Estaba diseñando, sin darse cuenta, un universo minúsculo.

? Sabe Calligieri, el motor de este auto me hace recordar a la novela ?El péndulo de Foucault? de Umberto Eco. Hay allí una genial explicación sefirótica del proceso de creación divina por medio del funcionamiento de un motor. En este caso, claro, es un Dios bastante desmejorado. Pero quien sabe si con sus tosidos toscos no esté creándonos. Hasta es posible que haya creado este misterio sólo para nosotros ? Khan se quedó callado un instante, escuchando el sonido del motor ? Inspiración y espiración divinas.

Calligieri, hombre de mucha acción y de pocas lecturas, nunca se terminaba de acostumbrar del todo a las conversaciones eruditas de Khan. Éste, por su parte, encontraba en la figura del inspector, un confidente inferior. Ambos salían beneficiados, sobre todo Calligieri que no perdía oportunidad en repetir, de manera incorrecta, todos los conocimientos y saberes que su colega le transmitía.

? ¿Quién dio aviso de la muerte? ? preguntó Khan, mirando por la ventanilla del auto el paisaje urbano que desfilada precipitadamente a su lado.

? Fue un cadete de un supermercado. Una vez por semana, le llevaba su pedido a domicilio. Le resultó extraño que no lo atendiese, porque siempre que el muchacho iba allí, Solinsky estaba en casa, ya que no era en horario de universidad.

? Así que el cadete, al no recibir respuesta, se sorprende y de inmediato llama a la policía.

? Más o menos, sí. Así fue.

? ¿Y se hallaba desnudo tal como yo lo vi, cuando ustedes llegaron?

? Sí. Eso es extraño. No se porqué el empeño de quitarle la ropa a un muerto.

? ¿Posible móvil sexual, tal vez? ? los ojos de Khan revelaban picardía.

? No, no lo creo. Jamás se le conoció una pareja que no fuera la universidad o los libros.

? Entonces: o bien lo hicieron para despistarnos o confundirnos, o haya en la desnudez del muerto un mensaje implícito, una referencia simbólica.

? ¿Cómo qué?

? Eso no lo sé. No tengo suficientes elementos como para poder desarrollar una teoría que encastre las piezas que poseemos: un cabalista muerto, un cubo de madera, desnudez del cadáver, muerte bajo arma blanca? es demasiado poco. Tal vez el rabí Housky pueda ayudarnos.

? Ya se lo he dicho: ese hombre confunde más de lo que aclara. Una vez que comienza a entretejer relaciones, ya no se lo puede detener.

? Tal vez, estimado Calligieri, la vida sea sólo eso: una enorme telaraña de relaciones entre todas las cosas. Hombres como Housky, se encargan de tratar de desenmarañar el tejido causal y casual que a todos nos envuelve.

A Khan le parecía que el viaje nunca terminaría. Y sin embargo, lo disfrutaba. Lenta, perezosamente, degustaba el sabor urbanístico que lo rodeaba. Percibía con cada unos de sus sentidos, la palpitación latente de la ciudad, con sus calles, sus edificios, sus árboles: Khan sostenía que toda ciudad es, básicamente, un laberinto. Y a él le fascinaban los laberintos.

? Ya falta poco, Khan. Housky vive a unos pocos minutos de aquí.

? A mí me preocupa que no viva.

? ¿Qué quiere decir? ? Calligieri miraba a su interlocutor, confundido.

? Ya tenemos un cabalista muerto. Sería nefasto tener otro más.

? ¿Está diciéndome que quizá tengamos un caso en serie?

? No. Para nada. Pero imagínese lo gracioso que resultaría: vamos a consultar a un rabino experto sobre el complejo caso de un cabalista asesinado, y cuando estamos allí ¡Zaz! El tipo está más frío que un témpano. ? Khan soltó una carcajada estrepitosa; a Calligieri la broma no le resultó demasiado afortunada ? ¡Imagínese! ¡Tendríamos dos cabalistas muertos! Sería el caso policial de la década.

[/b]

[Darth Xer0]

III
El sabio del Sanedrín


La vivienda del rabí Housky resultó ser monumental. En la entrada, un torneado y robusto pórtico de madera - custodiado por gruesas columnas de mármol blanco de estilo románico - representaba en prolijo y apoteósico relieve una escena del Antiguo Testamento: la batalla por Sion, el último bastión cananeo que caería para que el pueblo de Israel dominara Palestina. En un ángulo de la toma, se erguía victorioso el cuerpo de David, espada en mano orientada hacia el cielo sempiterno desde donde Dios lo guiaba a la victoria. El rostro revelaba fiereza y poder, un haz de luz salía desde él e iluminaba toda la escena, mientras los soldados israelitas masacraban sin piedad a los cananeos que, desparramados en el suelo, se retorcían moribundos en sus tumbas de sangre y barro.

Hasta este pórtico arribaron el inspector Calligieri y el detective Marcus Khan. Éste último se quedo prendado de la apoteósica representación, incluso de la sensación de movimiento que brindaban aquellas imágenes pretéritas. Estando cerca del relieve, extendió su mano derecha y con los pulpejos de sus afinados dedos tocó levemente el bélico paisaje que allí se representaba. Calligieri se dedicó únicamente a golpear la aldaba (que poseía la forma obvia de una estrella de David) contra el pórtico. Un sonido estruendoso y profundo llenó el espacio interior de la casa. Unos instantes después, apareció un sujeto con una prolija barba gris que le llegaba casi hasta el esternón, totalmente vestido de negro y con una pequeña kipá que ocultaba una incipiente calvicie.

? ¿Sí? ¿En que puedo ayudarlos? ? preguntó amablemente el hombre

? ¿Rabí Housky? Soy el inspector Calligieri, y este señor es el detective Marcus Khan. Necesitaríamos de su ayuda en un caso en el que estamos trabajando.

? ¿La muerte de Martin Solinsky?

? En efecto. ¿Cómo lo supo?

? Leo el periódico todos los días.

? Bueno, pues sí. Necesitaríamos hacerle una ?consulta técnica?.

? De acuerdo, pasen. Pasen, por favor.


Calligieri y Khan ingresaron a la casa del rabí. Un largo pasillo, algo oscuro, los llevó hasta el lugar de trabajo de Housky: una amplia sala con forma octogonal que hacía las veces de escritorio y de biblioteca. Las paredes, de arriba abajo, estaba atestadas de libros; todos en perfecto orden bibliotecológico, como pudiera comprobar unos minutos después Marcus Khan que, ante tal maravilla, no pudo evitar que sus glándulas sublinguales secretaran un módica -pero respetable- cantidad de saliva.

El rabí Housky se acomodó en su amplio sillón de cuero natural, detrás del escritorio, secreto confidente e inerte artefacto en el que había escrito cientos de artículos. Miró luego a Calligieri y más tarde a Khan, que seguía revisando las maravillas que el rabino allí conservaba. Era ese un universo de tinta, un microcosmos del saber humano plasmado en papel.

? Veo que tiene usted aquí absolutamente de todo ? exclamó Khan ? ¿Acaso esta versión de la Ilíada es un incunable?

? Sabe usted de libros, señor Khan. En efecto, es un ejemplar de 1489 en edición de lujo. Según he podido averiguar, se conservan solamente cuatro en todo el mundo.

? ¡Santo cielo! Una edición en papiro del Antiguo Testamento. ¿Siglo I, tal vez? ? Khan se sentía como un niño ante todos lo juguetes del mundo.

? Año 66 d.C. Escrita en griego. Tengo también un ejemplar del 93 d. C. en latín. Si observa a la izquierda de ese volumen, podrá usted observar un una copia de el Libro de Enoc, en arameo. Aunque su edición es relativamente nueva: fue publicado en Leipzig en 1853 ? las palabras del rabino no dejaban de destilar erudición. Khan creyó haber encontrado la horma de su zapato intelectual en la figura de Housky

? ¿Cómo ha hecho para conseguirlos? ? preguntó Khan, intrigado.

? Mejor no le cuento ? respondió el rabino, tratando de ser disuasivo.

? Esto sí que es realmente raro: un ejemplar original del De re anatomica, de Mateo Colón. Creo que es de 1559. Uno que se ha salvado de la Inquisición.

? Lo hallé en una vieja librería de antiguo en Madrid. Me lo vendieron nada más que pos doscientos dólares ? Housky hablaba con el orgullo de los afortunados.

? Y aquí posee toda una serie de tratados ocultistas y sobre la Kabalah: De arte cabalistica, de Reuchlin; el Clavis Steganographiae, del abate Tritemio; el Ars magna asciendi, de Kircher; De divinis attributis, quae Sephirot ab Hebraeis nuncpatur, de Cesare Evola, 1589 si no me equivoco. También está el De occulta philosophia, de Agrippa; el De spectris et apparitionibus, de Juan Rivio? ¡Dios! ¡El Corpus Hermeticum completo!

? Veo que le atraen los libros raros, señor Khan. A mi también. Tienen algo especial, son selectos, minoritarios: casi una especie segregada. Y sí, antes de que lo pregunte, me han interesado siempre las artes ocultas: me dedico al estudio de la Kabalah, que trata sobre lo Oculto. Soy un descifrador. Pero como podrá comprobar no me quedo solamente en eso. En mi biblioteca podrá hallar libros de toda índole: de literatura, de filosofía, de teología., entre otras tantas disciplinas. Incluso de semiótica, medicina, ciencias exactas. Aunque casi todos coinciden en una cosa: son viejos, antiguos. Y claro, también están los textos que usted ha dicho: alquimia, demonología, satanismo y Kabalah.

? Lo que nos trae ? dijo Calligieri ? de nuevo a lo que nos incumbe: la muerte de Martin Solinsky ¿Lo conocía usted?

? Claro que sí. Era un colega. Algunas veces hemos hablado en la Sociedad Hebraica, lugar en el coincidíamos en visitar. Pero Solinsky era un hombre que salía muy poco al exterior. Aún menos que yo. Sin embargo, era un hombre muy preparado, con un caudal de conocimientos que pasmaría a cualquier docto.

? ¿Sabe usted, Housky, qué es esto? ? dijo Khan, de manera directa y abrupta, mientas de su gabán extraía el previsible cubo.

? Si, claro. Es uno de esos? eh? ¡Cubo de Rubik! Eso es. Un rompecabezas para niños.

? Sí. Pero ahora mírelo más de cerca y dígame qué es realmente ? mientras decía eso, Khan se acercó al rabino y le otorgó el cubo.
Housky inspeccionó el juguete con interés, pero también con indiferencia. En el fondo parecía notarse que ya conocía al artefacto.

? Bueno, es extraño. Eso debo admitirlo. Tiene inscriptas las veintidós letras del alfabeto hebreo, más diez números y?

? ¿?y?

??Y el Tetragrámaton.

? Y eso nos está indicando una naturaleza necesariamente cabalística. Esperábamos que usted pudiera decirnos cual.

El rabí Housky calló. Su mirada empezó a perderse y su rictus se volvió más serio. Toda su conformación facial se desestructuró en un dejo de severidad. No podía seguir fingiendo: notaba que Khan era listo, y si conocía la fecha de edición de un libro como el De divinis attributis, también podía saber que él estaba ocultando algo. Resultaba extrañamente paradójico: un hombre que se dedica a descifrar lo oculto, a revelar herméticos arcanos, ocultaba secretos en su interior. Su rostro, luego de un instante, volvió a ser el de siempre.

? Bueno? está bien. Sé lo que el cubo es. Es el Cubus Universalis.

[Darth Xer0]

IV
Arcanos revelados


? ¿El qué? ? preguntó Calligieri, que jamás se había familiarizado con el latín ni con ninguna otra lengua muerta.

? El Cubus Universalis ? dijo el detective Khan ? Significa el Cubo Universal.

? Exacto. Así es ? ratificó el rabí Housky, mientras se levantaba del sillón y se dirigía a una parte muy específica de su biblioteca. De uno de los vastos anaqueles extrajo un libro encuadernado en tela, muy antiguo. Volvió luego a su escritorio, y haciendo uso de su memoria fotográfica, abrió el volumen exactamente en la página 245.

? Aquí está, el Cubus Universalis. Originalmente, la idea fue desarrollada por Theophrastus Bombastus von Hohenheim, aunque tal vez lo conozcan como?

??Paracelso ? dijo Khan, no dejándole terminar la frase al rabino.

? Usted Khan, parece saberlo todo. Continuaré. Paracelso ideó, alrededor del año 1537, un artefacto capaz de imitar el acto de Dios, un aparato que fuera apto para crear.

? ¿Crear qué? ? preguntó Khan.

? Crear lo que sea. Se lo imaginó como un cubo, un cubo articulado que se pudiese modificar para poder hacer coincidir mediante toda una serie de variaciones y permutaciones, los distintos caracteres del alfabeto hebreo. Recuerden lo que se dice en el Sépher Yĕsirah, capítulo segundo, versículo dos: «?
??Veintidós letras Fundamentales. Él las estableció, grabó, agrupó, pesó y permutó. Y formó con ellas toda la creación y todo lo destinado a formarse» ? sentenció Khan, con un tono místico. Inconscientemente se estaba llevando a cabo un muy sutil, pero no por ello menos violento, duelo intelectual. El único al margen de ese hermético microcosmos erudito era el inspector Calligieri, que a fuerza del temor que tenía de pasar vergüenza, se quedaba callado.


? Veo que otra vez me ha ganado. Bueno, como les decía, lamentablemente para Paracelso, las dificultades técnicas de la época le impidieron seguir adelante con su proyecto. No obstante, dejó unos cuadernos con cientos de notas y diagramas en el que explicaba paso por paso como construir el Cubus Universalis. Por supuesto, los cuadernos se consideraron nada más que como una fantasía metafísica, y fueron a parar a los polvorientos archivos de la Universidad de Viena, donde quedaron en la sombra por mucho tiempo.

? ¿Solinsky sabía de ellos? ? inquirió Calligieri

? Cualquiera con un poco de cultura cabalística sabía de ellos. Pero una cosa es interesarse por su contenido y estudiarlos desde un plano netamente erudito, y otro?? la voz del rabino se apagó, como si un interruptor automático supiese cuándo una persona está por incurrir en una sentencia que no debería pronunciar. Se generó un silencio incómodo.

? Continúe la frase, por favor ? dijo Khan.

?? y otro es tratar de llevar a cabo el proyecto en sí.

? De esto deducimos ? comenzó a rezar Khan ? que usted sabía que Solinsky estaba tratando de construir el Cubus Universalis. Y aún así, cuando le preguntamos sobre él, puso cara de ?yo no sé nada?.
? Bueno? bueno? entienda mi posición? ? las palabras del rabino sonaban temerosas.

? No nos interesa su posición, luego regresaremos sobre eso. Ahora bien, dejando de lado a Solinsky, continuemos con nuestro interesante aparatito.

? ¿Qué desea saber?

? En primera instancia, cómo es que funciona.

? Bueno, ya se lo he adelantado, pero básicamente es así: cada letra del alfabeto hebreo, cabalísticamente, posee un fin determinado, está diseñada para ?crear? algo específico. Cada caracter tiene poder sobre algo: el agua, el aire, el fuego, la sabiduría. ¿Ha leído usted a Borges, Khan? Seguro que sí. Recuerde ese breve y fenomenal ensayo ?Del culto de los libros?. Pues ahí tiene un buen ejemplo: se menciona a la letra kaf, «?que tiene poder sobre la vida, sirvió para formar el sol en el mundo, el día miércoles en el año, y la oreja izquierda en el cuerpo» Así, cada letra, invocada por Dios, permite crear cualquier cosa.

? Están claras las letras y, sin duda, los números sirven para lo mismo. Ahora necesito que me explique el Tetragrámaton.

? Bueno, por supuesto, nosotros no somos Dios, lo estamos imitando. Y como no somos Dios, no podemos conjurar las letras. Pero sí podemos invocar el Nombre Secreto de Dios, para que ?intermedie? entre nosotros y el ?acto creador?. Así, una vez que hemos podido diseñar nuestra creación, pronunciamos el Nombre y ¡kabum! Se hace la luz?

? ¿Y los otros símbolos? ¿Para que sirven?

? Los símbolos son nexos cabalísticos, permiten adherir cada letra con su compañera, para que la creación tenga coherencia y cohesión. Usted no va a fabricar un postre mezclando sin más ni más los ingredientes. No: a ese postre tiene que ponerlo a cocinar, el calor uterino del horno los unirá, los hará Uno. Lo mismo hacen estos jeroglíficos: Son dieciocho símbolos que permiten unir todo lo que fue y lo que será.

? He notado que entre esos símbolos está la Monas Ieroglyphica, de John Dee. Detecto una anacronía: Paracelso no pudo haberla puesto en su diseño, porque Dee es posterior a él.

? Es usted muy, muy agudo, señor Khan. Me cae bien. Sí, la Monas Ieroglyphica es el símbolo del conocimiento universal. Tal vez Solinsky modificó el diseño original, quitó un talismán que no le convenía y lo reemplazó. Hay cientos de talismanes cabalísticos: Paracelso no restringe la posibilidad de que se puedan reemplazar a gusto, según los intereses propios.

? ¿Por qué la forma de cubo?

? Paracelso se llevó eso a la tumba, pero supongo que corresponde a una intención metafísica y estética: el cubo es misterioso, simétrico, se presta a las pretensiones permutacionales, es numéricamente perfecto. Preste atención: cada cara del Cubus Universalis posee nueve pequeños cuadraditos ¿verdad? Si en total son seis caras, habrá por lo tanto: 9 x 6 = 54 cuadraditos. Pero no acaba allí la cuestión: si integramos ese número y sumamos sus componentes ¿Qué tenemos? 4 + 5 = ¡9! El número vuelve a aparecer. El nueve es un número mágico, podría identificarse incluso con Dios: el Número de la Bestia, según Juan, es el 666. Mire que paradoja: el 6 es inverso del 9, lo que nos está queriendo decir que Dios y Satán son opuestos, son las dos caras de un espejo celestial. Pero de hecho, el nueve es el único número que se repite al integrar la suma de sus componentes de los resultados de los factoreos?

Housky tomó un papel, una pluma en su mano izquierda y comenzó a escribir presurosamente:

9 x 1 = 9
9 x 2 = 18 --» 8 +1 = 9
9 x 3 = 27 --» 2 + 7 = 9
9 x 4 = 36 --» 3 + 6 = 9
9 x 5 = 45 --» 4 + 5 = 9
(Aquí la serie comienza a ser reflexiva, los resultados de la multiplicación invierten el orden de los números)
9 x 6 = 54 --» 5 + 4 = 9
9 x 7 = 63 --» 6 + 3 = 9
9 x 8 = 72 --» 7 + 2 = 9
9 x 9 = 81 --» 8 + 1 = 9

? Interesante demostración matemática ? dijo Khan, bajo una capa de indiferencia soterrada ? Pero volvamos al Cubus (y aquí es preciso dejar convicciones metafísicas de lado, por muy estimulantes que sean) ¿Realmente funciona?

? ¿Cómo puedo saberlo? Paracelso jamás llegó a construirlo y nadie le dio importancia nunca.

? Nadie excepto nuestro ambiciosamente místico señor Solinsky.

? Bueno? sí. Estaba obsesionado con el Cubus Universalis. Salía de su casa solamente para dar sus clases de Teología. Excepcionalmente iba a la Sociedad Hebraica, y si he de serle sincero, solamente depositó en mi persona el secreto de su proyecto cabalístico. Me comentó que hizo especialmente un viaje a Viena para revisar los archivos de la universidad. Me aseguró, también, que halló y robó los cuadernos de Paracelso. Y ahora podía cumplir el sueño del alquimista.

? Porque poseía los medios técnicos como para poder desarrollar el cubo, utilizando un inocente rompecabezas ? completó Khan, con convicción.

? Exacto. Se le debe haber revelado de improviso. Pura coincidencia, imagínese. Tal vez un día pasó por una juguetería y en la vidriera vio al cubo de Rubik. La conexión debe de haber sido inmediata: Cubo de Rubik igual a Cubus Universalis. Se le disparó la imaginación y entró luego en el punto de no retorno.

? Entiendo ? dijo Khan. El rictus del detective había transmutado. Los ojos parecían hundírsele en el cráneo, se profundizaban las grietas de su frente, los rasgos parecían afilársele, las cejas se quebraban en formas extrañas y todo esto, sumado a la barba de cuatro días que llevaba, le daba un oscuro tono general a su rostro. Había algo que detectaba, no sabía si en el ambiente o en donde, algo que se le estaba escapando a su orgánica perspicacia. Comenzaba a molestarse un poco.

? Así que con el cubo es posible crear.

? En primera instancia, sí. ? dijo el rabino, que había percibido el cambio en la cara de Khan. «Es casi una perfecta facies hermética» pensó Housky.

? ¿En primera instancia?

? Sí, porque en realidad, a un nivel de actuación más profundo, el cubo en un artefacto de modificación estructural.

? ¿Y qué modifica? ? inquirió Khan. Los arcanos misteriosos del Cubus Universalis lo estaban acechando y, sin haberse dado cuenta, ya le habían clavado las garras invisibles en la piel de su curiosidad.

? Responderé a su pregunta con otra pregunta. Sí conoce la solución al acertijo, tendrá su respuesta: ¿Qué es oscuro y tan vasto como el Universo?

Khan miró al rabino, y si existe la transmisión de pensamientos, lo que Housky debe haber percibido es una frase como: «¿No puedes ofrecerme algo más difícil?»

? «Definitium in definitioni ingredi non debet» ? dijo Khan ? La respuesta es, sencillamente, Universo. La pregunta encierra la solución. Su estratagema resultaría sin dudas eficiente con alguien que desconociese las reglas de la definición. Creo que mi amigo Calligieri está buscando todavía la respuesta? ? el inspector miró a Khan. No podía quejarse: sabía que para trabajar con el solitario detective, un sujeto debía renunciar a su orgullo y tolerar las corrosivas misivas orales de Khan.


? Khan, usted no termina nunca de sorprenderme.

? Sí, suelo causar ese efecto en las personas ? respondió el detective, no sin un aire de petulancia inocente.

Contrariamente, Khan pensó que el rabino Housky era bastante menos agudo de lo que Calligieri se lo había descrito. O tal vez no: tal vez sólo con Khan se permitía hablar de manera erudita pero llanamente, sin herméticos tapujos verbales. Tal vez sólo con Khan, Housky podía tener realmente una verdadera conversación, porque se hallaba a su mismo nivel: eran, ambos, héroes imprevistos en un mundo ingenuo. Con Khan se entendían, recibían las ironías y podían decodificarlas, recibían las informaciones y lo que uno enunciaba no era ajeno al otro. Khan pensó que con el resto de los mortales, Housky era críptico a propósito; porque el aburrimiento, de lo contrario, se le haría insoportable.

? ¿Nos está diciendo acaso que el Cubus Universalis es capaz de modificar la arquitectura del universo? ? imprevisiblemente la pregunta no había venido de Khan, sino de Calligieri, que vio la oportunidad y la tomó.

? Exacto. Eso es lo que les he dicho.

? Eso supone dos proposiciones no comprobadas científicamente: primero, que el universo tiene límites finitos, y segundo que el universo posee la forma de un cubo.

? Pero Khan, está pidiendo certezas científicas en un campo que se basa en la metafísica y en la creencia. Si yo creo firmemente que el universo es cúbico y finito, tal vez así resulte ser. De todas formas, su sentencia es, como siempre, impecable.

? Lo que no hemos dicho todavía es que el Cubus es un modelo en miniatura del universo, una maquette ? dijo Khan.

? En un nivel superficial puede parecerlo, sí. Pero de hecho lo imita.

? ¿El cubo imita al universo? ? otra vez se escuchó la voz de Calligieri.

? Todo lo contrario: el universo es el que imita al cubo.


Khan y Calligieri se miraron de manera cómplice. O el rabino comenzaba a desvariar o estaba tan convencido de que el artefacto funcionaba, que el mismo se convertía en un elemento de creencia.

? O sea que si yo modifico la estructura del cubo, estoy cambiando al universo, porque el universo se adapta al cubo. Silogísticamente: El universo imita al cubo; si lo imita, no es el universo real. Ergo, el cubo es el universo.

? Brillante uso de la lógica, señor Khan. En efecto, el Cubus Universalis es el universo empírico.

Mientras Housky hablaba, Khan se había dirigido silenciosamente, como un fantasma, hasta un lugar del escritorio-biblioteca en el que no había reparado. En una de las paredes, en donde se interrumpían los anaqueles con libros pretéritos, se manifestaba una vitrina recubierta de vidrio esmerilado, dotada de dos puertas cerradas bajo llave. En ella, reposaban tranquilos y alejados de sus mortales fines, los ejemplares de cimitarras más hermosos y perfectos que hayan visto ojos humanos.

? Veo que le gustan, Khan. Puedo asegurarle que son tan antiguos como muchos de los libros que tengo.

? Impresionante colección.

? ¿Verdad que sí? Son ejemplares únicos. Vea el modelo que se halla en el ángulo superior izquierdo de la vitrina. Fue forjado en Córdoba, España, durante la ocupación árabe, en el año 1097 por el maestro herrero Ahl-Mafhuj Moham. Mire que incrustaciones celestiales y que fino trabajo de orfebrería. Es de oro macizo. Si Alá tuviese un cuchillo, de seguro sería este.

En efecto, la cimitarra era majestuosa. El mango era del tamaño de un puño grande, como para que lo empuñara un verdadero hombre. Diez rubíes se repartían a lo largo de él, formando una línea que imitaba a la sangre de los vencidos. Se remataba en el final, con una aguamarina diáfana, que quebraba la luz de manera prodigiosa. La hoja tendría unos cuarenta y cinco centímetros, y despedía el color del sol. Finamente cincelada, mostraba una trama geométrica y laberíntica en la que una mirada profunda corría el riesgo de perderse.


Podría decirse que Housky estaba algo impaciente. No estaba acostumbrado a las visitas, y menos a aquellas que asediasen al anfitrión con preguntas de toda índole. Con la punta de su pie izquierdo, comenzó a golpear suavemente el suelo, como si quisiera llevar el compás de una música irreal.

? ¿Y saben algo más del asesinato de mi colega? ? aventuró a decir el rabino.

? No demasiado, sólo que apareció muerto, desnudo y con una laceración tajante en el cuello ? dijo Khan

La descripción del detective debió de parecerle sumamente violenta a Housky que, cerrando los ojos, exhaló un suspiro pesadumbroso y fugaz.

? ¿Hipótesis?

? Lo único que por ahora tenemos es este artefacto. Y ahora que usted nos ha dicho lo que es, estoy seguro de que lo han matado por el Cubus Universalis. ¿Usted que cree?

? Bueno, creo que sí. Pero no creo que muchas personas supiesen del cubo. Con excepción de mí, claro.

? Bueno, tal vez usted lo mató ? sentenció Khan, que al ver la cara de horror que puso el rabino ante tal hipótesis, no tardó en soltar un risa burlona.

? ¿Hay algo más en lo que los pueda ayudar?

Calligieri y Khan se miraron una vez más. Se conocían lo suficiente como para poder descifrar el uno en el otro cualquier complexión facial. Se dijeron, mudamente, que ya nada más podían descubrir allí.

? No, señor Housky, ya nos ha ayudado lo suficiente. Debemos irnos porque, además, ya es tarde. Su cabo debe estar aburrido de esperar, Calligieri.

Housky los acompañó hasta la salida de la sala. Antes de ello, Khan pudo observar en la pared posterior al escritorio del rabí, un cuado enmarcado que contenía una especie de diploma o reconocimiento.

---------------------------------
SOCIETÉ QABALISTÍQUE
Fundada en 1799

Labat mens

? Theodor Housky ?
Socio 7621
----------------------------------


Luego de ello, Khan y Calligieri atravesaron el umbral de la puerta de la sala. Housky se quedó allí, como si una fuerza invisible lo retuviera detrás de un línea inexistente. En el pasillo, después de haber recorrido unos metros, Calligieri volvió su mirada por sobre su hombro derecho y pudo comprobar que el rabino seguía estoico en la puerta, observándolos atentamente. Con cada paso, la figura de Housky se iba haciendo más turbia, consumida por la oscuridad ambiental que envolvía a los dos investigadores. En la puerta de salida, no era sino sólo una sombra desdibujada e imperfecta. Casi una fantasmagoría.

[-]

[Sepulturero]

[Darth Xer0]

V
El muerto que habla

Marcus Khan y el inspector Calligieri, una vez que hubieron abandonado la casa de Housky, y dejando atrás el relieve de Sion (al que Khan no pudo resistir la tentación de admirar unos minutos más) se dirigieron al auto patrulla en el que habían llegado. El cabo que conducía estaba inmerso en un sopor anestésico, los ojos cerrados, la cabeza echada sobre el asiento, un poco de lado, casi sobre su hombro derecho; la boca semiabierta, por la que se filtraba un delgado hilo de saliva viscosa que iba en trayectoria directa hacia el forro de cuerina sintética, y ya estaba formando una pequeña catarata del fluido.

Calligieri golpeó con severidad la ventanilla. Una, dos, tres veces. Hasta que en el cuarto intento, el sonido despertó al cabo de modo ex abrupto y en un acto que podría definirse como epiléptico, el joven oficial se irguió violentamente. La dolorosa consecuencia fue el golpe que su cabeza dio contra el techo del auto.

Ya en viaje, Khan y Calligieri repitieron el silencio que habían ejecutado durante el primer trayecto. El detective estaba serio, meditabundo y reflexivo. No lo demostraba sino por el brillo de sus ojos verdes que, en tal situación, adquirían una tonalidad etérea, una iridiscencia que revelaba su profunda concentración. Calligieri sabía que no debía dirigirle la palabra en tales circunstancias, porque solía ofuscarse de tal modo que luego debería soportarlo el resto del día con una personalidad mucho más corrosiva de lo que era ya por naturaleza.

El automóvil seguía produciendo los bruscos golpes respiratorios cuya génesis se depositaba en el motor. El rimo era constante y repetitivo, y se acrecentaba con cada punto de presión que el cabo imprimía en el pedal acelerador. Era como someter a un asmático a una prueba de competición olímpica. Khan estaba abstraído, los sentidos se hallaban abocados íntegramente a la resolución del problema del cabalista muerto. No resulta extraño, entonces, que el detective haya percibido que los golpes del motor parecieran hablar, parecieran repetir sin cansancio las sílabas de una palabra: Ka-ba-lah. Allí residía el misterio. El auto tenía toda la razón.

De pronto, Khan rompió el silencio:

? ¿Hacia donde nos dirigimos? ? dijo el detective, al detectar que el trayecto difería del que ya habían recorrido.

? A la morgue. Veremos si los forenses descubrieron algo en el cuerpo de Solinsky.


Luego de esa información, Khan volvió a su taciturno mundo mental, tomando las piezas del misterio, cada dato, cada índice y encastrándolas y permutándolas indefinidamente en el puzzle informe al que estaba tratando de organizar.

Luego de unos minutos, el auto patrulla se estacionó en la acera, justo frente a la morgue de la ciudad. En realidad, dicho edificio parecía destilar un aire de muerte, repartiéndolo por todo el vecindario, como si exhalase un hálito oscuro e infectara los alrededores: en esa calle no caminaba nadie, la mayoría de los departamentos se hallaban vacío y corruptos por el paso de los años, los pocos árboles que allí existían estaban marchitos y decrépitos. Todo estaba teñido por un color ocre ambiental que asfixiaba los sentidos. Las Parcas tenían en ese lugar, sin dudas, una dependencia administrativa.

Marcus Khan y Calligieri entraron en la morgue. Directamente se dirigieron a la sala 23, del ala mayor del edificio. Dentro del depósito fúnebre, todo tenía un color de ultratumba, las aceradas superficies del recinto revelaban a la vez asepsia y frialdad, como si la arquitectura quisiera acompañar la temperatura de los cuerpos que allí residían. A intervalos regulares, unos focos fluorescentes irradiaban una luz blanca, como la que algunos dicen haber visto cuando están ante el umbral que separa la vida de la muerte.

Sala 23. Calligieri abrió la puerta, y detrás de él fue el detective Khan. La sala no difería en nada del resto de la edificación, excepto que en una de sus paredes se erguían, como en un muy macabro tablero de ajedrez vertical, cámaras de conservación de cadáveres. Khan tuvo la tentación de contarlas una por una, pero en cambio se limitó a multiplicar. Vio que horizontalmente había veinte puertas, y verticalmente cinco. Por lo tanto el número de cuerpos que allí podían descansar era de cien.

Un médico se hallaba de espaldas a los investigadores, encorvado sobre una camilla hospitalaria, y tan inmiscuido se hallaba en su tarea, que no percibió la entrada de Khan y Calligieri. Su bata médica se hallaba salpicada de sangre, y sus manos tenían el color del rojo fluido. A la izquierda del sujeto, aguardaban pacientemente a ser utilizados y a embeberse en muerte, toda una serie de elementos quirúrgicos: fieros escalpelos, dientudas sierras de distintos tamaños, fuertes pinzas, tenazas pequeñas, filosas tijeras.

? ¿Dr. Merryl? ? pronunció el inspector Calligieri.

El sujeto se limitó a girar la cabeza y a ver por sobre su hombro. Luego, muy lentamente, como si el tiempo de aquella morgue fuera distinto del que posee el mundo exterior, se despojó de todos sus artilugios forenses, se quitó prolijamente los guantes y se sacó el gorro de tela celeste que cubría su cabeza. Giró después y enfrentó visualmente a sus visitantes.


? ¡Inspector Calligieri! Que alegría verlo. Hace mucho que no pasaba por aquí.
? Como siempre, un gusto verlo Merryl. A propósito, éste es el señor Marcus Khan, detective privado.

? ¡Oh! El famoso detective Marcus Khan. Hay muchas historias sobre usted flotando en los anales de la criminología.

Khan observó detenidamente a Merryl, su rostro enjuto y cadavérico, que en nada se difería al de los cadáveres que diseccionaba, los ojos profundos y abismales, los rasgos filosos y muy marcados; la piel lívida, surcada por una tubería de venas azules que formaba un mapa poco preciso y confuso. «Este sujeto parece haberse levantado de una de esas cámaras; como un Lázaro, pero sin milagro» pensó Khan.

? Y le puedo asegurar que todas ellas son absolutamente ciertas ? contestó el detective refiriéndose a la mitología a la que Merryl hacía referencia.

? Y bien? ¿Ése es nuestro amigo, el señor Solinsky? ? pregunto el inspector.

? Oh, sí, sí. Vengan a verlo, por favor. Les informaré de todo.

Khan y Calligieri se acercaron a la camilla en la que yacía Martin Solinsky. Cuando vieron el cadáver, descubrieron que, en esencia, podía ser el cabalista muerto. Pero sin dudas, físicamente era otra cosa totalmente diferente: parecía un animal diseccionado, como los que utilizan los estudiantes universitarios. El pecho estaba abierto de par en par, dejando al descubierto el inactivo interior orgánico de Solinsky. La herida provocada por el médico recorría desde el esternón hasta el bajo vientre, casi rozando la zona púbica, que se hallaba cubierta por una liviana tela. Khan miró la prolija pero desagradable sucesión de órganos conglomerados en el tórax y el rostro hinchado.

? Bueno, en realidad ? comenzó a recitar el forense, la fórmula utilizada no variaba jamás de una cadáver a otro ? no hay mucho para decir en este caso particular. El individuo murió por un paro cardio-respiratorio, consecuencia post hoc ergo propter hoc de la hemorragia oceánica que se produjo. La vena yugular está cortada en su diámetro total. El arma debió ser bastante filosa. Deduje que el muerto perdió, al menos, tres cuartos del total de sangre.

? Aproximadamente, unos tres litros ? dijo Khan mientras miraba la piel perlada de Solinky.

? Aproximadamente? El análisis de sangre reveló, además, que el sujeto no podía sintetizar el
?
? Hemofilia tipo A ? dijo Khan.

? En efecto, detective ? Merryl no estaba acostumbrado a que los investigadores supieran de los temas que él dominaba, pues en ese mundo frío y oscuro era el rey.

? ¿Pudo haberse salvado de no tener hemofilia? ? preguntó Calligieri.

? Sin ayuda médica inmediata, lo dudo muchísimo. El corte era demasiado severo. Por la temperatura y rigor mortis del cadáver, puedo decirle que murió entre las tres y las cinco de la mañana.

? ¿Algo más?

? Sí. El cadáver presentaba una cardiopatía congénita: dilatación anormal de la aurícula izquierda. También hallé un pequeño tumor en unos de los riñones. Y por cierto que el hígado está bastante dañado.

? Le dije, Calligieri, que Solinsky sabía elegir bebidas espirituosas ? soltó Khan, graciosamente.

? Merryl, me refería a si hay algo más que nos ayude en la investigación ? dijo Calligieri, harto de las explicaciones innecesarias.

? Claro que sí. Falta lo mejor.

Merryl fue hasta una pequeña mesa que hacía las veces de escritorio, útil para llenar los informes forenses que exigían las leyes burocráticas. Calligieri y Khan trataron de adivinar que era lo que el médico tomaba de ella, pero no lo vieron con claridad. Era demasiado pequeño.

? Tengo que decirles, estimados caballeros, que nuestro personaje nos ha hablado.

? ¿Qué? ? preguntaron a coro Khan y el inspector, conjugando en una sola y sorpresiva, sus dos dispares voces.

? Sí. El señor Solinsky ha hablado. No creerán, en verdad, lo que hallamos dentro de su boca.

Merryl extendió su brazo hasta el inspector Calligieri, y le otorgó una fina y delgada tira de papel. Calligieri la observó y luego, desconcertado, se la dio a Khan.
El papel tenía inscriptos una serie de caracteres:

Ακελ κε ιντεντα ιμιταρ α Διος, δεσκυβριρα συ ιρα

? ¡Ah! ¡Pero que vulgaridad! Los criminales hoy en día han caído en un pozo de ignorancia abismal. No se esfuerzan en lo absoluto para cometer crímenes desarrollando un plan con un nivel básico de inteligencia criminal. ¿Ha visto esto, Calligieri? ¿No es una ofensa para la inteligencia de un investigador? Ni siquiera se han esmerado en, por lo menos, trasladar el texto hasta el griego. No, ni siquiera eso. Han escrito en castellano utilizando grafías griegas.

? ¿Podría el señor Khan iluminarnos y revelarnos el contenido del papel? ? dijo el doctor Merryl, no sin un dejo de ironía.

? Es demasiado pueril: ?Aquel que intenta imitar a Dios, descubrirá su ira?. Ahí lo tiene, Calligieri. No me dirá ahora que ?nuestro cubo? está exento de cierta responsabilidad en la muerte de Solinsky.

? Una vez más, amigo Khan, tiene usted razón. Sólo nos falta hallar al asesino ? las palabras del inspector se dirigieron como agujas filosas a la quisquillosa personalidad de Khan, clavándose dolorosamente en su orgullo.

? Eso es cuestión de tiempo. Déme unas horas, un día como máximo y le tendré a su asesino.

? Suena como un desafío ? intervino el doctor Merryl, con su gruesa voz, similar a la de un sujeto con una caverna como garganta.

? Para mí, es un desafío. Intelectual, orgánico. Casi una necesidad. Hagamos esto, Calligieri: si dentro de un día yo no tengo la respuesta, no tiene usted que expenderme el cheque que yo reclamo por mis servicios. Si le doy a su criminal, me pagará el doble. Usted bien sabe que lo vale: después de todo, el crédito social recae en usted.

? Acepto su apuesta, mi amigo. Aunque tengo esa leve sensación de que voy a tener que pedir más presupuesto para investigación este mes.

[Darth Xer0]

A propósito, muchas gracias por sus comentario, que son más que alentadores.

Por cierto, Mitxu, las citas y referencias intertextuales ahora empiezan a bajar... (por necesidad del texto, no porque yo quiera )

[Darth Xer0]

[Darth Xer0]

VI
La revelación

Luego de haberse despedido del inspector Calligieri y del doctor Merryl, Marcus Khan salió de la sala 23 y comenzó el fantasmagórico recorrido que suponían todos aquellos pasillos de la morgue. Su habilidad de reconocimiento espacial le permitió moverse por el edificio sin ningún problema, pero para cualquier otro individuo, caminar por aquellos lugares hubiese representado, sin dudas, un desafío para la orientación.

Al llegar a la acera, vio al muchacho del auto patrulla, que seguía esperando ad infinitum. Khan lo observó dormitar tal como lo había hecho en la casa del rabí Housky, y se le figuró que el cabo estaba diseñado para eso, como si una mano invisible hubiese configurado cada uno de los componentes del Cubus Universalis y el resultado de tan laboriosa faena resultase ser un sujeto que no podía estar más de media hora despierto.


Al llegar a su departamento, Marcus Khan se dirigió inevitablemente hacia la repisa de los licores. Se dejó llevar por el azar y, en un juego de elección caprichoso, seleccionó un sabroso y fuerte brandy que un amigo le trajo de Francia: una delicia líquida, un manjar viscoso hecho por monjes benedictinos en una lejana y sórdida región montañosa de la Galia. El vaso, repleto hasta el borde, representaba una voluptuosidad para los sentidos del detective. Sin entrar en los abusos, un buen vaso de brandy siempre reponía a Khan. Incluso él mismo sostenía que sus facultades de razonamiento mejoraban con una dosis de licor, como a Sherlock Holmes siempre le caía bien una dosis de cocaína intravenosa.

Luego de su disfrute paladial, Marcus Khan se recostó en su sillón, cómodamente, casi en posición horizontal. Miraba al techo, como si en las manchas de humedad provenientes del departamento de arriba, esperase encontrar una revelación sustanciosa que le permitiese resolver el misterio en el que se estaba jugando tanto su reputación intelectual, como el sueldo casi todo un semestre.

Tomó todos los datos e informaciones, los conjugó, los combinó, los permutó y creó con ellos todo los destinado a formarse en el microcosmos criminal que intentaba dilucidar. Armó lo que fue y lo que será. Ninguna respuesta a la que llegaba lo satisfacía en absoluto, porque todas dejaban algo en el aire, dejaban cosas inconclusas que para Marcus Khan eran importantes.

En ese estado se pasó el resto de la tarde e incluso gran parte de la noche. Cerca de las tres de la mañana, exhausto por el formal esfuerzo mental que había ejecutado, Marcus Khan cayó sin quererlo en un estado de ensoñación profunda: las baterías de su organismo se habían agotado, y era necesario un descanso.

Se sabe que en los sueños suelen dispararse los más ilógicos y extraños sucesos. Pero el inconsciente siempre trabaja con elementos conocidos por el soñador. Si, verbigracia, vemos una montaña de oro, esa estará compuesta por dos cosas perfectamente reales: una montaña, por un lado; y oro, por otro. Allí reside también, el concepto de imaginación. Pues a Marcus Khan le sucedió algo muy particular: tanto se había inmiscuido en el misterio del cabalista muerto, que todas las informaciones que él estaba manejando aparecieron de pronto en su limbo onírico, representadas en alegorías y figuras simbólicas.

Vio de repente y en frenético encadenamiento, la herida de Martin Solinsky reírse indefinidamente, vio al Cubus Universalis armarse y desarmarse y explotar en un Big Bang imposible, que no era creación sino destrucción; vio las veintidós letras del alfabeto sagrado combinarse en una sucesión de series que ninguna mente humana era capaz de concebir; vio la enorme biblioteca de Housky tener vida propia y vio que el propio Housky era un libro con forma humana; vio el rostro del doctor Merryl desfigurarse y adoptar las proporciones de la facies aberrante de Solinsky muerto, y vio que Solinsky le hablaba en un idioma foráneo y pretérito; vio a todo el cuerpo de la policía juntar inútiles pruebas que lo condenaban a él, Marcus Khan, a abandonar la profesión de detective privado; vio a Calligieri hablando sandeces pseudointelectuales con Dios y con el Diablo; vio a David combatir con los cananeos en un armatoste de madera, como si fuese un dispositivo cinemático imposible, y vio que el Rey fundaba una desconocida sociedad cabalística; vio todos los libros que había leído en su vida y vio que ellos le hablaban de manera hermética, pero clara; vio los cuadernos de Paracelso, a pesar de que no los conocía (o tal vez sí los conocía, pero no se había dado cuenta); vio al mismísimo Paracelso decrépito y arrugado, pero inmortal, construir el Cubus Universalis en pleno siglo XX. Se vio, finalmente, a sí mismo armar un rompecabezas gigante, con miles de microscópicas piezas, y el tiempo que le llevó fue y será insondable, acaso eterno. Vio que pudo finalizar el rompecabezas y vio también, que el juego representaba una escena muy clara y precisa: la resolución del problema.

Marcus Khan, despertó intempestivamente. Un sudor frío y espeso le corría por la frente como si fuese cristal líquido. El corazón palpitaba fuertemente, los sentidos se hallaban sensibles y excitados. El universo entero giraba incesantemente a su alrededor, o al menos eso le pareció. Se conglomeraban en Khan todo un conjunto de sensaciones orgánicas que lo elevaban a un plano de existencia supraterrenal, se hallaba flotando en un limbo etéreo y fugaz, una sucesión de experiencias casi místicas lo arrebataban y lo dominaban. Todo estaba ahora perfectamente claro: él era el Mesías, el dios de los detectives.

Media hora después de su revelación, Marcus Khan estaba todavía interpretando los hechos. El sueño había sido verdad, y por más que fuese una ficción onírica, le había mostrado determinadas cosas que, conjugadas entre sí de manera correcta, daban lugar a la respuesta de tan misterioso crimen. Lo vio todo perfectamente, y no sólo eso: también podía recordar cada escena del sueño. Factor realmente extraño, porque en general cuando soñaba, olvidaba todo a los cinco minutos de despertarse. Se dijo a sí mismo que lo que le había sucedido no era en absoluto un fraude: el misterio se resolvió en su mente; y pese a que él no era consciente en el momento del hecho, si se había liberado su inconsciente. Suyo y de nadie más. Era una vía de deducción irracional, pero servía. Ahora que podía dominar sus pensamientos, le bastó rearmar el conjunto de datos en una arquitectura diferente: la que le había brindado el sueño. Y era más que suficiente.


Una hora después, Marcus Khan presionó metódicamente los números del teléfono que le permitían comunicarse con su colega, el inspector Calligieri. El reloj marcaba exactamente las seis de la mañana. Cinco o seis tonos de llamados se sucedieron antes de que una voz arrugada y de muy reciente despertar respondiera con frases hechas:

? Diga?

? ¿Calligieri? Soy Khan. No me lo creerá, pero he podido revelar el enigma ? dijo el detective, al que todavía no se le pasaba la emoción.

? ¿Sí? Oh? eh? ¿Y qué quiere que haga? ? respondió, confundido, el inspector.

? Vaya, es usted el oficial a cargo de la investigación ¿o no?

? Si? si? Dígame que puedo hacer por usted.

? En primera instancia, darme unas horas de tiempo para poder recabar algunos datos y pruebas. Necesito hacer algunas consultas bibliográficas.

? ¿Algo más?

? Claro. Debe arrestar a una persona ? en ese momento Khan hizo un breve silencio y luego pronunció un nombre y un apellido ? Luego de ello, espéreme con el detenido y todas las personas que usted desee llevar, en la casa del propio individuo.

? ¿Está seguro de que es el asesino?

? Por supuesto, sólo tengo que confirmarlo con pruebas físicas. Y créame que las voy a poseer.

? De acuerdo. Confío en su buen entendimiento, Khan. Pero va a ser mejor que no se vaya a equivocar?

? Despreocúpese. Mis métodos de deducción son infalibles ? dijo Khan, con un poco de ironía.

Luego de esa última frase, colgó el tubo, se dirigió al baño para ejecutar algunos menesteres obvios, se acicaló levemente, fue hasta su cocina y se sirvió una taza de espumoso capuccino que no tardó en beber. Tomó su gabán del famélico perchero metálico, no sin antes comprobar si el Cubus Universalis seguía allí, y salió por la puerta, con una meta muy bien definida: demostrar sus capacidades detectivescas una vez más.

[-]

[Darth Xer0]

[Darth Xer0]

VII
Se resuelve la trama

Exactamente a las tres de la tarde, Marcus Khan arribó a la dirección en la que se hallaba el inspector Calligieri y también el supuesto asesino. Había tardado más de ocho horas en reunir las comprobaciones que necesitaba para resolver tan enigmático crimen; pero el tiempo invertido fue, productivamente, directamente proporcional en materia de investigación. Khan inspiró una gran cantidad de aire en sus pulmones, contuvo la respiración unos segundos, y luego exhaló el fluido gaseoso lentamente. Repitió la operación unas tres veces, hasta asegurarse de que todos sus órganos -y en especial su cerebro- estuviesen lo suficientemente oxigenados como para poder encarar la aristotélica oratoria que debería llevar a cabo dentro de la residencia. Se concentró, recordó cada uno de los datos de manera visual, diseñó una estructura mental para exponer claramente sus argumentaciones y luego abrió la puerta que se hallaba frente a él. Era el momento. Era su momento.

Al llegar a la sala en la que se hallaba Calligieri, Khan descubrió que con él estaban una decena de policías, varios inspectores de alto rango, el Jefe de la policía local, y hasta el juez de la ciudad. Todos, indefectiblemente, clavaban sus pupilas en la desgarbada figura del detective privado, como si fuese una especie de deus ex machina de carne y hueso, que bajase con cables invisibles desde algún limbo celestial para resolver, de modo taumatúrgico, el misterio que azotaba las mentes de todos los investigadores.
No tardó en ver Khan, también, la rabínica conformación orgánica del rabí Housky, sentado en una silla, con las manos apresadas por las brillantes y feroces esposas.

? Bienvenido, señor Khan. Lo esperábamos ? dijo el juez, con tono amable y severo a la vez.

? Siento haberlos hecho esperar. Pero les aseguro, y ruego sepan disculpar frase tan hecha, que esa espera ha valido la pena.

? Calligieri nos ha dicho que usted le pidió que arrestase a este hombre, porque usted asegura que es el asesino del caso Solinsky. ¿Eso es cierto?

? En efecto. Housky ha sido quien asesinó, de manera tan brutal, a su colega. Y para ello voy a proceder a?

? ¡Ah! ¡Déjese de mentiras! ¡Cómo puedo matar yo a alguien! ¡Soy un hombre de religión, de fe! ¡Va contra mis principios! ? escupió ferozmente Housky, que se hallaba poseído por la bestia de la irracionalidad.

? Además de asesino, mentiroso. Señor Housky, le pediré amablemente que no me interrumpa cuando estoy hablando. Un hombre tan culto y educado como usted sabría que es de mala educación no dejar hablar a las personas ? Khan pronunciaba las palabras casi pedagógicamente, como si se las estuviera diciendo a un niño; y en el fondo disfrutaba rebajar un poco el nivel de Housky, aunque ciertamente le tuviera el más alto de los respetos intelectuales ? Cómo venía diciendo, voy a proceder a exponer todas mis razones, argumentos y pruebas que llevarán al señor Housky a la cárcel.

Al decir esas palabras, todos los demás oficiales ajustaron las sintonías de sus oídos con el fin de hacerlos más sensibles y detectar cualquier cosa que se saliese de su orden lógico para objetarle, aunque sea una sola vez en su vida, el más mínimo detalle al inefable Marcus Khan. No sabía ellos que cualquier intento resultaría en vano.

? Muy bien, amigo Khan, lo escuchamos ? dijo el inspector Calligieri, con el orgullo profesional de quien ha trabajado al lado de una leyenda.


Marcus Khan cerró los ojos un instante, inspiró aire y relajó todo su cuerpo. Era un proceso que repetía metódicamente cada vez que iba a hacer su declaración. Luego, las palabras comenzaron a fluir como un río.

? Para no cometer ninguna anacronía, trataré de comenzar por el principio, la génesis del problema y desarrollaré mi exposición de modo lineal. Como todos saben, hace dos días el cuerpo desnudo e inerte de Martin Solinsky fue hallado muerto en su vivienda. La muerte fue causada por una incisión violenta en el cuello, que cortó la vena yugular e hizo que Solinsky se desangrara, agravado esto por el hecho de que era hemofílico. En la escena del crimen no había nada, ningún indicio, ninguna pista, ningún dato. Nada. Solamente pudimos hallar un misterioso cubo de madera, un Cubo de Rubik, para ser más exactos. Aquí lo pueden ver ? Khan extrajo el cubo del bolsillo de su gabán y se los mostró a sus colegas. Se lo dio luego a Calligieri, para que lo pasase a cada uno de los oyentes ? Pues bien, señores, resulta ser que este cubo es el quid de toda la cuestión que nos concierne. Solinsky murió por este cubo. Y les diré como fue.
» Solinsky era un sujeto muy preparado. Inteligente, erudito, intelectual. Daba clases de Teología, escribía notas y ensayos? y era cabalista. Su mundo era el que le ofrecía la Kabalah, y no otro. El mundo real no le interesaba tanto como el mundo que existía en sus libros. Y sucede que decidió llevar a cabo un experimento cabalístico, una idea desarrollada por un alquimista hace cinco siglos: crear el Cubus Universalis, un artefacto místico de un presunto enorme poder. No quiero entrar en tecnicismos para no desviar la atención del tema: sólo diré que el Cubus encerraba -todavía encierra- los secretos mejor guardados del Creador.
»La cuestión es que Solinsky pudo llevar adelante su proyecto: logró fabricar un ejemplar del Cubus Universalis, basándose en las notas que su antecesor, Paracelso, había dejado en unos cuadernos amarillentos, arrumbados en la Universidad de Viena. Hasta aquí todo parecería ser sólo la fantasía mística de un hombre dado al estudio de la Kabalah. Pero no termina allí la cuestión, precisamente porque Solinsky aparece una mañana con una herida mortal en vez de un cuello. Paradójicamente, le insistí al inspector Calligieri en que fuéramos a consultar a algún otro cabalista, y el nombre del rabí Housky apareció como por capricho de los hados. Estábamos interrogando, sin saberlo, a quien fuera el asesino.

El rabí Housky abrió los ojos de manera inaudita, y en sus iris se reflejaban diminutamente el ansia de furia y odio, el fuego corruptor de la ira. No movía un solo músculo, ni la más recóndita fibra de su ser estaba activa. Era una estatua biológica; un ser vivo, pero entumecido hasta parecer catatónico. Como si hubiese mirado directamente a los ojos de Medusa.

? Ustedes seguramente ? continuó Khan ? se preguntarán ¿Por qué? ¿Qué necesidad tiene un hombre como Housky de matar a un hombre, incluso a un colega? ¿Envidia? ¿Resentimiento? ¿Venganza? No, no es nada de eso, se los puedo asegurar. Housky mató por otra razón: prevención.
» ¿Ven ese cuadro ubicado detrás del escritorio? Contiene un diploma que nos indica que Housky pertenece a algo llamado Societé Qabalistíque. He de ser sincero: en mi vida había escuchado sobre esa ?sociedad?, pero unas horas de investigación en una biblioteca pueden proveer mucha información. Sí los policías acostumbrasen visitar esos establecimientos del saber, les puedo jurar que se resolverían muchos más casos de este tipo.
»Pues bien, resulta ser que esta ?asociación?, la Societé Qabalistíque, es una sociedad neomasónica, una cofradía de intelectuales cabalistas fundada en 1799. Los miembros son muy selectos, casi un elite del arte cabalístico. Se dedican a estudiar, perpetuar y proteger los arcanos de la Kabalah. Los elegidos son obligados a recitar un juramento en el momento de la iniciación, y resulta que he podido dar con un facsímil de dicho juramento. Tengo aquí una copia».

Khan extrajo un papel de su bolsillo, lo desdobló y comenzó a recitar: Yo he de iniciarme en la Sociedad; he de jurar no revelar sus secretos, porque en ellos reside la Fuerza; he de oponerme a la ignorancia, porque es el dios de la nulidad; he de estudiar en profundidad los secretos místicos de la Kabalah, porque en ellos se halla toda la Verdad; he de ser solidario con mis Hermanos, porque Uno es el Todo, y el Todo es Uno; he de prometer que otorgaré mi alma y cuerpo a la Causa, porque sin cuerpo no hay Acción y sin alma no hay cuerpo; he de respetar las normas que se me impongan, porque el nuestro es un mundo de leyes; he de proteger a la Sociedad y al mundo de los enemigos infames, porque ellos no conocen los Misterios Sagrados; he de ejecutar los Actos Necesarios, porque de ellos dependen mi vida y la de los demás. He de jurar que en vida y en muerte seré un Socio, porque sólo así mi existencia tendrá sentido.
Nequaquam ignorantia, semper mens.
Sic dedo me, ahora y para siempre

? Creo que está todo muy claro ¿No les parece? El caso es que Housky, al ser miembro de la Societé juró por todos los arcanos del mundo proteger los secretos de la Kabalah, juró luchar contra los ?enemigos infames? y juró llevar a cabo los ?Actos Necesarios?. Un juramento masónico jamás puede romperse. Y es así como el señor Housky se vio obligado a matar a Martin Solinsky.

? Explíquenos el porqué ? dijo uno de los oyentes.

? ¿El porqué? Muy simple: El mismo Housky, en lo que parecía ser un acto de sinceridad, nos dijo que Solinsky le había hablado sobre el Cubus en alguna de las esporádicas charlas que ellos habían mantenido en la Sociedad Hebrea. Por supuesto, imagino que Housky, ante tal confesión, no tardó en hablar con sus ?Hermanos? acerca del proyecto de Solinsky: el Cubus Universalis, de funcionar, encerraba dentro de sí poderes inimaginables, sólo comparables a los de Dios. Era un objeto muy peligroso y la Societé lo sabía: la institución, en uno de los estatutos de su constitución -si mal no recuerdo es el 2/23- dice expresamente: ?Nada de lo que se aprenda o descubra se llevará a la práctica. El placer reside en estudiar; los Secretos son demasiado poderosos para el común de los mortales?
» Entonces, la Societé estaba en una disyuntiva: ¿Qué hacer con Solinsky? ¿Matarlo y borrar toda evidencia del Cubus? ¿O solamente hacer desaparecer el artefacto? La segunda opción dejaba libre a Solinsky, siempre tenía la posibilidad de crear otro cubo. Pero matar va contra la ley de Dios ¿No es cierto? Sí, pero también es cierto que se puede matar actuando directamente como el Brazo de Dios. Y Housky tomó esa responsabilidad. Decidió cargar su alma de pecado en pos resguardar los ?Secretos?.
» Así que un buen día, en horario nocturno, el señor Housky tomó una de esas bellas cimitarras que allí pueden ver, en esa vitrina. Para ser más exactos, el arma homicida fue la que se halla el en ángulo superior izquierdo, la que posee encastres de rubíes. Lo descubrí al visitar esta casa: la cimitarra estaba colocada de manera algo descuidada, colocada allí presurosamente, como quién guarda algo después de cometer un asesinato. Era un detalle mínimo, de tan solo unos centímetros. Pero para alguien que conserva sus ejemplares de manera tan prolija y obsesiva, eso era todo un indicio de que el arma había sido utilizada. Tómenla y háganle la prueba de reactivos: verán que esta sucia de sangre, aunque parezca impecable.
» Housky fue a la casa de Solinsky, en un horario incómodo, quien sabe con qué pretexto, aunque tengo mis hipótesis. Probablemente le dijo que estaba ansioso por conocer los cuadernos de Paracelso, quería verlos, palparlos. La víctima, que lo conocía, no dudó en abrirle, y mostrarle sus joyas cabalísticas. Y Housky no dudó en atacarlo y degollarlo violentamente. Debe de haberse precavido, por supuesto: un buen par de guantes de látex aseguran no dejar huellas incriminantes. Luego de matarlo, lo desnudó, acaso para desorientar a los investigadores; acaso porque quería dejar una pista simbólica: recuerden el Génesis; el hombre surgió del barro, desnudo, pero no lo sabía porque era ignorante y no se avergonzaba. Pero ¿Qué sucedió cuando Adán y Eva probaron la fruta del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal? Se descorrieron los velos de la ignorancia, y descubrieron su desnudez, y se avergonzaron. Y Jehová Dios los castigó por haberlo desobedecido.
» ¿No es acaso lo mismo que ha sucedido aquí? Es todo una gran alegoría: Solinsky quiso conocer los secretos profundos de Dios, quiso él mismo ser Dios. Probó la fruta deliciosa que le ofrecía el Cubus Universalis. Y Dios se enfadó, y tomó la forma de Theodor Housky para cometer su acto de venganza. Para no dejar dudas sobre ello, Housky se tomó el trabajo de meter en la boca del muerto un papel que ustedes habrán visto, y que decía: ?Aquel que intenta imitar a Dios, descubrirá su ira?. Luego abandonó la escena del crimen, llevándose los cuadernos de Paracelso. Paradójicamente, o estúpidamente, dejó en la casa de Solinsky el Cubus. Pero éste ya no representaba ningún problema: su usuario había muerto, y la policía al hallarlo lo guardaría como evidencia en algún lugar donde nadie lo descubriese. La forma de construirlo estaba en su poder, era todo lo que necesitaba.
» Yo no me di cuenta en el momento, pero Housky tuvo la enorme agudeza de mostrarnos los cuadernos de Paracelso cuando lo visitamos. Hay un refrán que dice que no hay mejor lugar para esconder una hoja que un bosque. Yo, como Borges, lo actualizo y digo: no hay mejor lugar para esconder un libro que una biblioteca. El rabino escondió los cuadernos en esta enorme maravilla. Cuando lo consultamos, Housky tomó el libro, lo abrió en una página y nos habló del Cubus erudita y descaradamente. Y se los probaré.


Marcus Khan se abrió paso entre el cúmulo de personas que lo rodeaba y, gracias a su memoria espacial fotográfica, se dirigió al lugar exacto de donde Housky había extraído el libro. De los muchos tomos que se exhibían, seleccionó uno. Era el mismo ejemplar, encuadernado en tela. La portadilla mostraba en letras góticas el nombre de Theophrastus Bombastus von Hohenheim. No había duda: eran los cuadernos de Paracelso.

Housky reprimía las ganas de estallar en llanto. Su cara había adquirido un color rojizo, intenso, y parecía que cada una de las arterias del rabino fueran a estallar, produciendo un lago de sangre semejante al que él le había hecho generar a Solinsky. Los ojos estaban embebidos en lágrimas e impotencia.

? No ha estado mal, señor Housky. El suyo fue un plan preparado, incluso inteligente. Lo único que le reprocho es no haber escrito el texto aparecido en la boca de Solinsky en griego o hebreo. Lo suyo fue solamente un acto criptográfico. Por lo demás, ha estado bastante bien, para ser usted un rabino.

De pronto, el volcán de emociones que flagelaba a Theodor Housky estalló con palabras estruendosas:

? ¡Sí! ¡Sí! ¡Fui yo! ¡Yo lo hice! ¡Yo lo maté! Pero ustedes no entienden. ¡Fue una causa justa! ¡Fue un acto de nobleza! ¡El maldito quería ser Dios! ¡Rompió con cualquier norma cabalística! ¡Debíamos impedirlo! ¡Debía impedir que el tipo hiciera algo más grave! ¡En sus manos estaba el poder de los Cielos e incluso de los Infiernos! ¡Yo fui el brazo de Dios! ¡Yo impartí la justicia divina!

? No lo dudo ? dijo condescendientemente Marcus Khan ? pero debe entender, Housky que matar va contra las leyes del hombre civilizado. Yo lo puedo entender, pero esta gente que aquí ve, no. La sociedad no lo puede entender. Hay veces en que los mártires, lamentablemente, son los culpables. Y usted, a los ojos del hombre -no a los de Dios- es culpable. Quisiera que no fuera así, porque usted me ha demostrado ser un hombre por demás inteligente. Tal vez ese también sea el precio que se debe pagar. Los inteligentes, los que saben, Housky, sufren.


Dos policías tomaron a Theodor Housky y se lo llevaron. Antes de salir, pidió hablar unas palabras con Marcus Khan.

? Señor Khan, es una realidad que voy a estar en prisión. No se cuanto tiempo, tal vez poco, tal vez toda la vida. El hecho es que no tengo a nadie a quien pedírselo ¿Podría usted cuidar de mis preciados libros el tiempo que yo falte? Sé que usted los ha de querer tanto como yo.

? Délo por hecho, Housky ? prometió Khan ? Ah? una cosa más. Tomé esto. Usted sabrá mejor que nadie que hacer con él.

Khan le dio al rabí el Cubus Universalis, y el hebreo no tardó en arrojarlo al piso, con la fuerza intempestiva de quien se ha condenado por una causa sórdida, pero importante. No tardó tampoco en pisar el cubo, con la energía con que Dios pisara a la serpiente. Luego, Housky se alejó, custodiado por dos guardias, y se diluyó en un más allá irreconocible.

? Bueno, ha hecho un buen trabajo Khan. Se merece cada centavo que he de tenerle que pagar. Vendrá abultado el cheque ? dijo Calligieri.

? Suficiente como para vivir y poder darme algunos placeres ? contestó Khan, que observaba la sombra de Housky desaparecer ? En cierta medida, creo que es injusto.

? Puede ser, pero así es la vida. Y así acaba todo esto.
Khan se quedó pensando unos segundos, abstraído. Las palabras de Calligieri resonaban como ecos mudos en su cerebro, y llegó a la conclusión obvia de que no, así no acababa todo, porque debía finalizar como finaliza toda buena historia: con la palabra fin.

[-]