Artemis Fowl tenía previsto su estreno en salas de cine, pero el lanzamiento de la plataforma streaming de la compañía y la paralización de la distribución en salas por la pandemia llevaron a la Disney a convertirla en uno de los platos estrella de su nueva propuesta de entretenimiento.
El director elegido fue Kenneth Branagh, desde hace mucho tiempo instalado en el cómodo terreno del cine de encargo. La cinta no busca otra cosa que servir de presentación de personajes y de su mundo de fantasía, todo ello empaquetado en forma de thriller de acción, de ritmo rápido y metraje corto.
La cinta cuenta con un diseño de producción ambicioso, con esa mezcla de sociedad mágica y tecnológica, a medio camino entre la fantasía y la ciencia ficción, y que acaba convirtiéndose en lo más destacado de la película junto con la espléndida partitura musical de raíces irlandesas compuesta por Patrick Doyle.
El resto de la película supone un desatino tal que acaba resultando ridícula para el espectador.
Desde el narrador de la historia, ese enano gigante que habla con voz de Batman, hasta el intento de extensa secuencia de acción con el sitio de la casa de los Fowl por parte del ejército de las hadas, que casi parece una batalla de patio de colegio.
Hay que reconocer que Branagh mueve la cámara con soltura, intentando dar dinamismo y atractivo a la narración, pero cuando lo que cuentas es tan risible, de poco sirven los travellings elaborados.
Por esto, Artemis Fowl va a pasar a la triste lista de intentos abortados de franquicia cinematográfica, con finales abiertos para nuevas aventuras que nunca llegarán, al menos, no en formato cinematográfico.