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El escudo del espartano (Parte 6: Batalla en las Puertas del Infierno) - Los Foros de TumbaAbierta.com. El portal del Entertenimiento en el género fantástico

El escudo del espartano (Parte 6: Batalla en las Puertas del Infierno)

Moderador: ElPutoAmo

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hammerpain1
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El escudo del espartano (Parte 6: Batalla en las Puertas del Infierno)

Mensajepor hammerpain1 » Lun Mar 23, 2015 22:56

¡Hola! Comparto aquí:

"EL ESCUDO DEL ESPARTANO (Parte 6 – Batalla en las Puertas del Infierno)"

El género de Espada y Brujería trasladado a la antigua Grecia. Se acerca el desenlace final de esta apasionante historia, nuestros héroes van a tener que afrontar el terror y la muerte y necesitarán de toda su fortaleza y su valor. ¿Podrán salir victoriosos del infierno que les espera?

Mucha emoción, magia y épicas batallas os aguardan...


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—Nos estaban esperando —Cleon escupió al suelo con desprecio y maldijo a los Dioses—. ¿Cómo es posible que hayan descubierto nuestra posición? Nos hemos movido como sombras durante la noche y permanecido ocultos mientras lucía el sol, y nuestros exploradores no han hallado ni rastro de ponzoña ateniense en muchos estadios* de distancia durante estos últimos días.

—Aquí hay en juego fuerzas que trascienden el mundo mortal señor, lo presiento —quien hablaba era Garnicles que se encontraba en la primera línea de hoplitas, justo a la espalda de su mentor.

Cleon se volvió con cara de pocos amigos. No necesitaba palabras para hacer notar cuando quería que sus hombres guardaran silencio. Y así lo hizo Garnicles, con la feroz obediencia de un Espartiata.

—Espartano, cuando quiera que me cuenten historias de espectros y fantasmas incluiré a algún sacerdote en mi falange. Libera la mente de estúpidas fantasías y haz que retorne junto a tus Iguales, o acabarás atravesado por alguna lanza ateniense antes de que te des cuenta. Las únicas fuerzas que marchan por esta zona son las de nuestro ejército —hizo una pausa y volvió la cabeza hacia el horizonte —o al menos así era hasta hoy. Bien, de todas formas poco importa. De hecho es una verdadera suerte, lleváis varios días sin combatir y seguro que ya estáis más blandos que el caldo negro con el que llenamos nuestras tripas. Os vendrá bien un poco de entrenamiento aunque sea ante esos pusilánimes.

Un coro de brazales y lanzas entrechocando entre si aclamaron esas últimas palabras. La alegría ante la perspectiva de un nuevo combate se palpaba en el ambiente. Garnicles sonrió para sus adentros y cerro los puños, enardecido por el poderoso canto de las armas. No obstante, le gustaría que su mentor tuviera más en cuenta a sus preocupaciones aunque bien es cierto que sonaban un poco a desvaríos de una mente decrépita. Ni él mismo se las terminaba de creer pero su intuición no paraba de repetirle que había algo que no marchaba bien. Desde las ramas de los árboles los pájaros observaban la marcha espartana con inquietante atención, el viento soplaba con pasmoso silencio sin apenas revelar signos de vida, hasta se habría atrevido a afirmar que las aguas de los ríos parecían capturar el reflejo de los hombres cuando las atravesaban. ¿Era acaso su mente hastiada de la tediosa ausencia de combates la que producía todas esas sensaciones? Esperaba sinceramente que fuera así.

Hacía varias semanas que el ejército espartano había desembarcado en la costa de Sicilia al mando del general Gilipo. La información sobre los planes y tácticas del enemigo que el traidor ateniense Alcibíades les había proporcionado había resultado de un inestimable valor y les había ayudado a avanzar con rapidez hasta la capital Siracusa, no sin antes reunir un pequeño ejército proveniente de varias ciudades que apoyaban la rebelión contra los atenienses. La presencia de los aguerridos y temibles lacedemonios entre sus filas elevó la moral de los siracusanos de tal forma que consiguieron evitar la invasión de la ciudad a pesar de estar en franca desventaja numérica. La caballería de Siracusa no tuvo rival en la débil caballería ateniense y la falange espartana arrolló a los más de dos mil hoplitas que osaron hacerles frente.

El general ateniense Nicias enfermó de pura desesperación, pues en un abrir y cerrar de ojos la situación había dado un giro drástico y ahora eran él y su ejército los que se encontraban sitiados. No obstante, sus mensajes a Atenas pidiendo auxilio tuvieron respuesta enseguida y un nuevo ejército al mando de Eurimedonte y Demóstenes zarpó hacia Sicilia. Con ellos viajaba un misterioso hombre al que nadie había visto la cara pero su mera presencia ponía nerviosos a los animales y hacía que hombres se sintieran pequeños y bajaran la cabeza. Muchas eran las historias que circulaban sobre él, algunos decían que era un oráculo que podía invocar a los espíritus del Inframundo, otros que era una aberración fruto de las cópulas de Hades con alguna Heleade de los pantanos.

Nadie sabía su nombre pero Garnicles llegaría a conocerlo... y a temerlo.

Ante la inminente llegada de refuerzos enemigos, el general Gilipo había decidido destinar parte de su ejército para recibirlos por sorpresa. Por ese motivo había seleccionado a sus guerreros más veloces que no serían acompañados por ilotas para llevar su equipo ya que no harían más que retrasar su ritmo. Encomendó el mando de ese contingente al veterano Cleon y Garnicles fue el primer nombre que acudió a su mente cuando empezó la elección de soldados que le acompañarían.


— ¡En formación! —la autoritaria voz de Cleon era la que correspondía a un líder de hombres. Los soldados espartanos se movieron con una perfecta coordinación y juntaron los escudos de bronce produciendo un estruendo que sacudió el aire. Todos tenían el semblante sereno pero dentro de ellos la adrenalina crecía y preparaba sus cuerpos para dar lo mejor de si mismos en la inminente lucha. Aferraban con fuerza sus lanzas, ansiosos por que llegara el choque contra la infantería enemiga.

Garnicles se encontraba en la vanguardia del flanco derecho, una elección lógica pues era el flanco encargado de iniciar el ataque envolviendo al flanco izquierdo contrario, por lo que debía contar con los guerreros más fuertes y que destacaran especialmente en el combate. Y no había ninguno que superase a Garnicles.

— ¡Iniciad la marcha!

Las filas se abrieron y uno de los soldados salió de la falange portando una flauta. La llevó a sus labios y comenzó a hacer sonar unas hermosas melodías pero para los enemigos de los espartanos nunca resultaban hermosas. Cuando las escuchaban parecía como si un hechizo actuase sobre ellos pero no había nada de magia ni brujería, simplemente se trataba de una sugestión psicológica que los espartanos habían aprendido a utilizar con mucha eficacia y que les había permitido ganar contiendas sin tener que hacer uso de las armas. No pocos eran los ejércitos que se habían rendido o habían salido huyendo por el terror que les producía ver a todos esos altos guerreros con las capas rojas como la sangre ondeando al compás de aquellas notas musicales.

Pero si el ejército ateniense que les esperaba en lo alto de la loma sentía algo de miedo no lo demostró. Permanecían inmóviles sin mover un solo músculo.

Los espartanos iniciaron el avance en un completo silencio como siempre acostumbraban, siguiendo al flautista que los guiaba a la batalla. Varios de los soldados que iban en vanguardia, entre ellos Garnicles, confiaron sus lanzas al soldado que se hallaba a su derecha y sacaron unas pequeñas lámparas a las cuales prendieron fuego. La luz se reflejaba en las "lamdbas" de los escudos, símbolos del Estado Espartano, confiriéndoles una especie de aura mágica digna de un ejército celestial. Los antiguos héroes en honor a los cuales se encendían aquellos fuegos sagrados estarían sin duda contemplándolos con orgullo desde sus hogares en el infinito.

Pero más abajo, en el mundo de los mortales, era la hora para que otros héroes siguieran escribiendo sus hazañas con valentía y sangre.

Seguían avanzando. Sus pasos estaban perfectamente sincronizados, sus lanzas permanecían erguidas y los escudos se mantenían a idéntica altura del suelo, de forma que cada hombre cubría a su compañero desde los hombros a las rodillas. Eran quinientos efectivos pero se movían como si fueran un solo ser, con un solo corazón y una sola mente. Eran los Iguales y hacían honor a ese nombre.

Al otro lado del campo de batalla los atenienses muy a su pesar seguían sin moverse, obedeciendo las instrucciones recibidas. Veían como se acercaban los espartanos bajo los acordes de las flautas de guerra y hacían acopio de toda su voluntad para no reaccionar. Al mando de ellos se encontraba el veterano general Argyros, un hombre que ya casi alcanzaba los cincuenta años y que, a pesar de ello, era capaz de vencer a varios jóvenes guerreros a la vez. A su lado se encontraba Phaedrias, que ostentaba el rango de capitán. Las pocas cicatrices que presentaba su cuerpo demostraban su escasa experiencia en la batalla. Meneaba la cabeza con intranquilidad mientras observaba el avance de los espartanos.

—Dentro de poco llegarán a tiro de arco —dijo Phaedrias mientras pasaba la mano por sus rizados cabellos.

—Bien. No olvidéis las órdenes. Mantened la posición y no iniciéis el ataque hasta recibir la señal convenida por... —Argyros guardó silencio y dirigió la mirada hacia la figura encapuchada que aguardaba en la posición más elevada del lugar donde se encontraban. —Me pregunto si alguien conoce su nombre.

—No sé si puede haber nombre para un espectro del Inframundo. Y prefiero no saberlo. Hay quien dice que pronunciar ciertos nombres puede traer la desgracia en forma de pestes y enfermedades que pudren la carne del cuerpo. —Phaedrias había bajado el tono de su voz hasta casi susurrar, ya que temía que aquel ser pudiera escucharle aún encontrándose tan lejos.

Argyros no tuvo más remedio que asentir. Él temía a aquel desconocido al igual que todos los que se cruzaban en su camino y no entendía realmente el motivo de su presencia en la invasión. Pero el consejo dirigente de Atenas había sido muy claro: debían cumplir todas y cada una de las órdenes que les diera aquel extraño.

— ¿Quién puede contemplar a ese hombre sin sentir una sombra cerniéndose sobre su alma? Pero nuestros gobernantes lo han puesto al frente por algún motivo y no tenemos más remedio que aceptarlo.

Phaedrias soltó un bufido y dio una patada a una piedra.

—Estoy cansado de seguir las instrucciones de ese demonio y de tener pesadillas todas las noches sabiendo que se encuentra entre nosotros. ¿Quién dirige esta invasión, él o Atenas? —elevó las manos al cielo como si esperara recibir ayuda divina. —¡Por el Padre de todos los dioses! Les superamos en efectivos y tenemos la ventaja de una posición más elevada. No entiendo porque no caemos sobre ellos y los aplastamos con la simple ventaja numérica.

—Claro que no, eres un estúpido que únicamente llegó al mando de capitán por ser el hijo de un alto dignatario —dijo una voz lúgubre a sus espaldas.

Ambos se volvieron. El encapuchado se dirigía hacía ellos montado en su gigantesco caballo como una visión surgida en el delirio de un moribundo. Vestía una túnica de seda oscura que le cubría de la cabeza a los pies. A través de su capucha no se veía rostro alguno, era como si una sombra habitará bajo aquellos ropajes.

—Los espartanos son unos maestros consumados en moverse con absoluto sigilo. Si no hubiera sido por mis artes jamás habríais sabido de sus maniobras para interceptaros y aún menos hubieseis podido cogerlos por sorpresa. Día y noche los he estado vigilando. La naturaleza puede ser tus ojos si sabes moldearla para tus propósitos, pero no voy a discutir sobre ello con un ignorante como tú, Phaedrias.

—Pe… pero señor, contamos con una posición elevada. Si lanzamos una carga de caballería les pasaremos por encima y...

—Esos hombres que se nos aproximan son la élite de los espartanos, son los mejores soldados elegidos de entre los mejores soldados del mundo, no son aprendices jugando a la guerra. Saben como formar para detener vuestra caballería, ¿has olvidado Siracusa? Muchacho, tú no durarías ni un pestañeo ante cualquiera de ellos.

Phaedrias sintió que le hervía la sangre y se puso rojo como un tomate, pero agachó la cabeza incapaz de responder ante la autoridad de aquella afirmación y ante el temor que le inspiraba aquel jinete. Argyros intercedió por él.

—Debéis disculpar la impetuosidad de mi capitán, señor. Como todos los jóvenes tiende a dejarse llevar por el corazón y sus ansias de grandeza. Cierto es que esta es su primera guerra en firme y no ha visto en acción a los terribles lacedemonios, pero no carece de valor y se desenvuelve bien en el combate

—No es más que un imberbe aprendiz y harás bien en recordarle quién es el que está al mando de este ejército —Argyros apretó los dientes, sabía que no se refería a él. — Gracias a ello saldréis victoriosos y podréis regresar a vuestra patria vanagloriándoos de haber derrotado a los espartanos, aunque la verdad siempre será que fui yo el artífice de tal hazaña. Esta batalla será ganada gracias a la magia negra no a los músculos ni las lanzas.

«Ahora escuchadme bien. Ni por un momento penséis que me importa lo más mínimo vuestra causa ni los objetivos políticos de Atenas. Si he accedido a participar en esta ridícula invasión ha sido por motivos que no podríais ni os interesa comprender. Baste decir que yo y aquellos a los que sirvo únicamente estamos interesados en acabar con los espartanos y, una vez hayan sido destruidos, yo desapareceré y tal vez nunca me volváis a ver o tal vez tenga que destruiros algún día, nunca se sabe».

Al escuchar estas palabras, Argyros se quedó petrificado sin saber como reaccionar. Sentía a la vez un profundo temor y un impulso de desenvainar su espada y decapitar a aquel que osaba lanzar tal amenaza. Phaedrias estaba pálido y era incapaz de articular palabra alguna.

—Una vez aclaradas estas cuestiones, vamos a lo que nos ocupa. Aguardad hasta que oigaís la llamada de mi cuerno y entonces haced buen uso de las armas que os he proporcionado. No se os ocurra entablar combate cuerpo a cuerpo hasta que recibáis mi señal para ello. Reduciré a polvo a aquel que me desobedezca. Y olvidaos de cargas de caballería como la que propone el "sabio" capitán. No debe haber ni un sólo caballo cerca de los espartanos en cuanto dé comienzo a mi plan. ¿Está todo claro?

A regañadientes Argyros se llevo el puño a su pecho cubierto de bronce e inclinó la cabeza.

—Se hará como ordenáis mi señor— se colocó el casco y ajustó el cinto donde reposaba su espada. —Sólo una pregunta, ¿cual será vuestra señal para acometer contra el enemigo?

—Lo sabrás en cuanto la veas— fue la enigmática respuesta del encapuchado mientras tiraba de las riendas de su caballo y les daba la espalda. —Sí, todos la veréis y la recordareis durante el resto de vuestras miserables vidas.

Con una carcajada se alejó al galope ante las miradas atónitas de Argyros y Phaedrias, el cual temblaba tanto que tuvo que ser sujetado por el veterano general.

El fantasmagórico jinete llegó en cuestión de minutos al punto más elevado de una cercana loma, un punto privilegiado desde el cual podía abarcar con la vista la situación de los dos ejércitos. Un cuerno que no podía haber pertenecido a ningún animal sobre la faz de la tierra se materializó de repente en su mano. Lentamente lo aproximó hacia donde debería haber una cara con una boca, pero no la necesitaba para soplar aquel cuerno. Eso si, de haber tenido boca habría esbozado una amplia sonrisa de satisfacción. Ya saboreaba el sangriento espectáculo que estaba a punto de presenciar.

«Sí, todos la veréis... y su recuerdo os acompañará incluso cuando crucéis las puertas de la muerte antes de que la noche nos alcance».

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Debido a la extensión del relato no es posible publicarlo aquí entero. Si queréis acabar de leerlo podéis visitar la publicación en mi blog:

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