VITTANGI: cuento-homenaje a Drácula

[gabrioignaz]

Hola a todos!
Hace unos días estrenaron en México una película que se llama 30 días, que es de unos vampiros de un pueblo de Alaska.
Me sorprendió la película porque yo tengo este cuento que les comparto y que tiene algo que ver con el tema. inspirado en aquella película de "Los amantes del círculo polar".
Saludos a todos en el cementerio.

VITTANGI
La mañana fría y brumosa caló hondo en la conciencia de Dimitri Lupescu. No podía seguir huyendo así. Tenía que enfrentar, de una vez por todas, al vampiro otomano que lo había perseguido desde que descubrió su sepultura en aquella capilla de la frontera entre Bulgaria y Rumania, hacia apenas unos meses atrás.
Dimitri Lupescu era un arqueólogo rumano a quien le había encomendado estudiar vestigios arquitectónicos de la dominación otomana en Europa oriental. En Bulgaria, cerca de Silistra, a unos 15 kilómetros al sur del Danubio, Dimitri se encontraba en la excavación de una capilla destruida por los turcos en 1539, dedicada a san Cirilo.
Durante la excavación, Lupescu encontró el acceso a una cripta. La cripta contenía un cenotafio dedicado también a san Cirilo. Cegado por la ambición y la sed de éxito, Dimitri Lupescu abrió el sepulcro buscando reliquias, ofrendas o algo de valor que hubiesen dejado los turcos. Para su sorpresa, el "tesoro" y la fama que le esperaban era el cadáver de un hombre, de unos 35 años, que parecía haber sido sepultado esa misma mañana y sin embargo sus facciones y su ropa correspondían a la usanza de los turcos otomanos de principios del siglo XVII. Los trabajadores que auxiliaban a Lupescu huyeron gritando algo sobre el diablo, el dragón, la muerte y la sangre.
Dimitri Lupescu no sólo era un arqueólogo mediocre, también era un hombre cobarde. Huyó. Llegó a Silistra, y su miedo lo hizo, no cruzar el Danubio hacia Rumania, sino viajar hasta Sofía y ahí tomó un avión hasta Bucarest. Dimitri Lupescu no sólo era un arqueólogo mediocre y un hombre cobarde. También era estúpido.
Lupescu sólo sabía que tenía miedo, y mucho. En el transcurso del viaje hacia Sofía, ahondó en la historia. Las leyendas más famosas de la región hablaban de un ser extraordinario que asolaba aquella región, devoraba hombres y animales y era temido por todos. Era como la versión búlgara del mito de Vlad Tepes, el internacionalmente famoso Drácula de la Transilvania valaca. La leyenda acercaba algunos turistas curiosos a la región, pero no lo suficiente para competir con la de su vecino transilvano.
Verdad o mentira, Dimitri no lo supo a ciencia cierta, pero estaba convencido de haber visto al otomano aquel en la fonda donde cenó en la noche antes de viajar a Sofía, mirándolo fijamente. También creyó verlo en Sofía, mientras iba hacia al aeropuerto, siguiéndolo de cerca. Cuando llegó a Bucarest, Dimitri llegó al colmo del alucine cuando vio al hombre en el taxi que estaba junto al suyo al salir del aeropuerto para dirigirse a su departamento, en uno de los suburbios de la ciudad. Las "alucinaciones", como las llamaba Lupescu aumentaron y se transformaron en paranoia.
No habían pasado dos meses cuando, un viernes, recién había anochecido, Dimitri fue atacado. El pánico obró maravillas en él. Por fin su cobardía habitual le servía de algo, comió con fuerza hasta refugiarse en un templo griego-ortodoxo. Notó, con horror y alivio, que el otomano no podía hacerle daño ahí dentro.
Dimitri Lupescu era un arqueólogo mediocre y un hombre cobarde. Era estúpido pero el miedo lo podía convertir en alguien astuto. Quince días vivió Lupescu pasando las noches en templos ortodoxos, católicos, protestantes y hasta en alguna mezquita.
Una noche, refugiado en un templo dedicado a san Juan Bautista, contemplaba con la luz de algunas velas, un icono del Pantocrator. La imagen de mosaico y oro, bendecía con la mano derecha y sostenía en la izquierda un mundo. Fue ahí y en ese momento que Lupescu tuvo su insight, se sintió iluminado y agradeció al cielo: Al día siguiente compraría un boleto para viajar a Suecia. Su salvación estaría cuando llegara allá y cruzara el polcirklen, el círculo polar ártico.
Así pues, la mañana fría y brumosa lo protegía del vampiro otomano y aprovechando el día, hizo los arreglos pertinentes. Pasó su última noche escondido en el pequeño oratorio de san Basilio. Tras los vitrales que escondían en la noche su pléyade de color, Dimitri podía sentir la mirada fría del vampiro otomano.
Apenas amaneció, se trasladó al aeropuerto Henri Coanda, el famoso aeropuerto Otopeni de Bucarest, y alrededor de las nueve de la mañana salió el avión. Hizo escala en Frankfurt, y de ahí a Estocolmo. Una vez en Suecia, abordó un tren que lo llevó, tras una jornada de varias horas, hasta Vittangi.
Vittangi es un pequeño poblado sueco junto a un helado lago, a unos 150 kilómetros al norte del círculo polar. Dimitri Lupescu descendió del tren. Pese a la temperatura heladísima que le agrietaba la piel de la cara, sonreía triunfalmente. "Al fin", suspiró, "a vivir tranquilo y sin peligro por ese vampiro otomano, asqueroso hijo del infierno". No lo había vuelto a ver desde que salió de Bucarest. "Seis meses sin noche, seis meses sin que el sol se oculte, a ver si puede venir aquí ese engendro", se decía satisfecho Lupescu.
Dimitri estaba asombrado, el sol viajaba por el cielo, como un buitre sobre su presa, pero nunca caía, el sol nunca se ocultaba. Pensó de nuevo en el vampiro y no pudo contener una carcajada. La gente que caminaba junto a él, volteó a verlo con extrañeza.
Un día en su cabaña, Dimitri cayó en la cuenta que estaba oscureciendo. La noche empezaba a llegar a Vittangi. Cuando la oscuridad lo cubrió todo, la realidad lo sacudió: el verano llegó a su fin y comenzaban los meses de oscuridad invernal. Dimitri Lupescu no sólo era un arqueólogo mediocre y un hombre cobarde. También era estúpido. Lo suficientemente estúpido para viajar en septiembre al círculo polar ártico huyendo de un vampiro otomano furioso contra él.
El pánico lo invadió una vez más. No había previsto esa situación. Lupescu, pensó que era increíble pensarlo en ese momento, pero se dio cuenta que no sentía el tremendo frío. La puerta de la cabaña se abrió de golpe y apareció ante él el vampiro otomano. Su boca chorreaba sangre. Miraba a Dimitri con una mezcla de odio, de furia y de placer: "Por fin juntos", dijo el vampiro en su lengua materna, "tenemos seis meses para jugar". Lupescu no entendió, pero eso era lo último que le importaba al otomano. Y la fiesta comenzó.