En 2014, It Follows, el segundo largometraje de David Robert Mitchell, se convirtió en uno de los títulos de referencia de la nueva hornada de cine de terror. Ahora el cineasta se atreve con Lo que Esconde Silver Lake, un pseudo noir lisérgico, retrato de la sociedad de Los Ángeles y del espíritu existencialista millenial, con constantes referencias a la cultural vintage, especialmente al cine clásico. Más cercano del David Lynch de Mulholland Drive que del Alfred Hitchcock de Vértigo (aunque ambos son referencias ineludibles), el cineasta nos presenta una trama cargada de sexo, momentos de violencia explícita y situaciones que parecen no conducir a ningún sitio.

Dispuesto a descubrir qué ha sucedido con su joven vecina a la que acaba de conocer, nuestro protagonista inicia un periplo por esta ciudad, poblada por aspirantes a artistas, prostitutas, conspiranoicos, multimillonarios, y gente sin techo, en busca de pistas que le adentran en un laberinto de referencias aparentemente irresoluble.

Es más, lejos de adoptar la forma del investigador clásico, nuestro héroe deambula por la ciudad sin saber a dónde se dirige, sumando indicios de manera arbitraria y accidental, y encontrándose con un abanico absurdo de personajes.

El director trasmite al espectador esa misma sensación de desorientación y delirio, no concediéndole demasiados apoyos a los que agarrarse para dilucidar qué está sucediendo y, a pesar de eso, logra hipnotizarnos con el poder de sus imágenes (repleta de referencias y códigos), la fotografía de Mike Gioulakis y la música de Rich Vreeland.

Lo que Esconde Silver Lake es una película críptica y pedante, que trata al público con aspereza y que juega según sus propias reglas. Si somos capaces de entrar en su juego, la experiencia puede ser extraordinaria; si no, advertimos que puede causar incomprensión, frustración y rabia en el espectador.

'Lo que esconde Silver Lake'